Según revela el Observatorio
Audiovisual Europeo, en los últimos diez años, se triplicó el número de canales
temáticos infantiles en Europa. Si en el año 2005 se contabilizaba un centenar
de estos, en 2013 superan ya los trescientos de los cuales, aproximadamente la
mitad corresponden a tres de las grandes corporaciones multimedia americanas
(Disney, Nickleodeon –es decir, Viacom-, Cartoon Network y Boomerang –ambas de Time
Warner). Por su parte, el número de canales infantiles que pertenecen a las
televisiones públicas nacionales también creció sustancialmente. En los mismos
años, y como no podía ser de otra manera en la vieja Europa, se dio la paradójica
circunstancia de que la población infantil (entre 0 y 14 años) se redujo un 4% (fuente:
Eurostat).
La pregunta es inmediata: ¿estaba
realmente tan mal servido el nicho infantil que, a pesar de la muy esperable
reducción de la población, había aún hueco para tal expansión de canales?
Las respuestas, no obstante, no parecen
tan inmediatas. Efectivamente, a principios de la década, la disponibilidad de
contenidos para los más pequeños era infinitamente menor de lo que es a día de
hoy, en que el acceso a estos contenidos no sólo se produce a través de una
numerosa oferta de canales en abierto y de pago sino que internet proporciona
también la posibilidad de consumir los mismos bajo demanda, en cualquier
momento y en cualquier lugar, sin necesidad de sujetarse, como en el pasado, a
una parrilla o a un horario. Por ello, no me sorprende en absoluto la
espectacular expansión de los canales infantiles privados de la última década,
máxime cuando existe una gran industria juguetera y alimentaria muy interesada
en llegar a este público de manera eficiente.
Y es precisamente es este último
aspecto el que funciona como detonante de otro de los fenómenos que han
propiciado el crecimiento de la oferta de canales, en este caso, públicos. No
se trata de otra cosa que del aumento de la sensibilidad social en lo referido
a la protección de la infancia, que ha terminado por impulsar a los operadores
públicos a lanzar sus propios canales infantiles, exentos de publicidad y con
una cuidada revisión de los contenidos emitidos.
Pero todo ello hubiera sido
imposible si no hubiera coincidido en el tiempo con la multiplicación del
espectro producida por el cambio analógico-digital, así como la expansión de
los operadores por cable y satélite, ávidos de ofrecer amplios bouquets de
canales para fomentar las suscripciones (no sólo de fútbol vive el hombre…).
Entre los años 2001 y 2003 formé
parte del equipo que lanzó una de las primeras propuestas multimedia infantiles
en España y Latinoamérica: Megatrix. Además de un programa de televisión en
abierto en España (Antena 3) y Argentina (Telefé), Megatrix disponía de un
canal temático de pago (Vía Digital y plataformas de cable), una revista
mensual y el mayor club infantil de España de suscripción por correo. Megatrix
llegó a producir, además, varias películas y series infantiles de dibujos
animados con una inversión superior a los 12 millones de euros. La web de
Megatrix era, con diferencia, la más visitada por los niños españoles. Es
decir, lo que hoy día sería conocido como una estrategia 360 grados cuyo
objetivo inmediato era la internacionalización.
Los vaivenes societarios a los
que Antena 3, compañía propietaria de Megatrix, se vio abocada en aquella
época, propiciaron la conclusión prematura de un proyecto que había superado
con creces las expectativas con las que fue lanzado y que contaba con un equipo
de profesionales de altísimo nivel (hoy, casi todos ellos, ocupando muy
relevantes puestos en la industria).
Estas son las desventajas de ir
un paso por delante de los tiempos, que como las estadísticas de crecimiento de
la oferta infantil muestran, han dado la razón a la estrategia que se puso en
marcha. De haber continuado, estoy convencido de que hoy día, habría una
empresa española con un excelente posicionamiento en este interesante nicho.