
Cuando llega esta época en el que
las empresas están dando sus puntadas finales a los presupuestos del año que
viene, siempre me ha llamado la atención el estado, escasamente estandarizado y
regulado, en el que suele encontrarse este delicado y relevante proceso. En
definitiva, el presupuesto es el documento básico para el establecimiento de la
mayoría de los objetivos que nutrirán el sistema de dirección y control de la
compañía durante el ejercicio.
Como comentábamos el año pasado
en otro post, carecer de un presupuesto bien construido no solo es señal de una
organización mal dirigida e infradesarrollada sino que es frecuente fuente de
equívocos, déficits de control, desigualdades y desmotivación general. Si los
objetivos no responden a la realidad, no son alcanzables o se superan
inmediatamente, la organización pierde muchos enteros en cuanto a su capacidad
para competir, crecer, o retener y motivar al personal clave.
El duende que convertía la paja
en oro
Volviendo al cuento infantil con
el que empezábamos, sólo el duende mágico es capaz de que se cumpla la absurda
promesa del molinero fanfarrón, evitando la ejecución de la doncella. Como en
la historia, uno de los vicios más nocivos de la fase presupuestaria, consiste
precisamente en realizar previsiones presupuestarias tan alejadas de la
realidad que sólo un prodigio podría tornar en realizables.
Bien está ser optimista (cuando
hay que serlo) y que el presupuesto contenga una adecuada dosis de audacia,
destinada a infundir la energía necesaria para que el esfuerzo colectivo esté
bien dirigido hacia metas cada vez más altas. Esta cantidad de valentía, no
obstante, debe estar bien argumentada, basada en información contrastable y
sólo debe llegar hasta el límite de lo probable. Desde mi punto de vista, la
inclusión en los presupuestos de prodigiosos milagros, no es otra cosa que una
corruptela de la que siempre hay que sospechar y, desde luego, evitar, pues
suele esconder fines poco edificantes.
En el cuento, la joven e inocente
molinera se salva gracias a este imposible milagro producido por el duende y
acaba casándose con el rey. Cuando da a luz a su primer hijo, el duende maligno
se presenta a reclamar su tributo, pues las trampas siempre tienen un peaje. El
simbolismo del cuento es realmente magnífico pues, al final, la joven madre
puede recuperar a su vástago apostando de nuevo con el duende, en este caso a
que es capaz de conocer su nombre secreto (Rumpelstiltskin). Es decir, todo
vuelve a ser como debería cuando el conocimiento, la iluminación y la
sabiduría, hacen de nuevo acto de presencia para equilibrar lo que la mentira y
las artes oscuras habían trastornado.
Toda una reflexión en los tiempos
que corren ¿no les parece?
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