En estos tiempos que nos está
tocando vivir, en los que el hedor que desprende la vida pública (a razón de un
nuevo escándalo por semana) parece invadirlo todo y donde, aquellos que han
recibido el mandato de gestionar los recursos comunes se muestran aparentemente
insensibles al sacrificio al que se está sometiendo a tantos ciudadanos, lo preocupante
es que podamos dejarnos llevar por la indignación y comenzar a pensar que si
todo el mundo va a lo suyo, por qué hemos de ser nosotros los últimos tontos.
El riesgo verdadero consiste en
que el pueblo pierda la esperanza y renunciemos, poco a poco, a la solidaridad
y a la confianza, que son los factores cruciales para el desarrollo de las
organizaciones, de las naciones y, en general, de todos los grupos humanos.
Es en momentos tan oscuros como
estos cuando más se agradecen ejemplos como los narrados en la maravillosa exposición
que se puede disfrutar estos días en la Fundación Canal (calle Mateo Inurria,
2) en Madrid: “Caminos a la Escuela (18 historias de superación)”.
La muestra narra, a través de
excelentes fotografías y textos explicativos, las emocionantes historias de
niños que habitan en entornos hostiles y su aventura diaria para poder acudir a
la escuela en la confianza (a veces casi utópica) de que se trata de su única opción
de tener un futuro mejor.
Los protagonistas de estos
durísimos pero maravillosos relatos, han de atravesar cada día zonas minadas,
cercas de alambres de espino, ríos caudalosos, peligrosas selvas y hasta
barrios conflictivos dominados por bandas armadas para poder disponer de algo
tan básico (y a veces tan despreciado) como la educación. El ejemplo no solo lo
aportan estos niños heroicos, sino también muchos adultos comprometidos que no
dudan en arriesgar sus bienes y hasta sus vidas para aportar un poco de
esperanza.
Si tienen una mínima oportunidad
de ver esta exposición, no se la pierdan. Y si tienen hijos, llévenles a verla.
No les defraudará. Les aseguro que es imposible no salir tocado por estos
ejemplos sublimes de generosidad mayúscula y superación infinita.
Que nadie pierda aún la fe. Por
muy duro que nos lo pongan algunos, la fuerza del espíritu humano es casi
indestructible.
A las pruebas me remito.
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