"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

domingo, 1 de febrero de 2015

Encarando la pendiente

Aprendí a hacer snowboard a los treinta años. Empezar tan tarde algo así presenta algunas desventajas, como por ejemplo, que por mucho que te esfuerces nunca llegarás a hacerlo ni la mitad de bien que quien aprendió de niño. No es ya que te falten horas de entrenamiento o el físico no te llegue, sino que hay cosas que, sencillamente, son irrecuperables.

La tentación de no continuar es muy fuerte al principio. Los primeros días no te levantas del suelo, hace frío y la nieve parece un medio tan hostil que el único pensamiento que ocupa tu mente es el de que acabe pronto la tortura. Sin embargo, un día, cuando crees que no estás hecho para aquello, la tabla empieza a responder a lo que quieres que vaya haciendo. Nada muy espectacular, solo que lo que hace unas horas parecía imposible, de repente se vuelve mecánico y trivial. Es entonces cuando el veneno de la montaña te atrapa, probablemente para siempre.

A pesar de aquellos tímidos (aunque cruciales) progresos, durante un tiempo no conseguí que mi nivel de snowboard mejorara demasiado. Yo seguía acudiendo a la llamada de la nieve a la menor oportunidad, pero algo que no tenía identificado se me resistía. Casi me había resignado ya a asumir que mi avance sería lento y costoso cuando, durante una clase, un instructor del que siempre me acordaré me dio la clave.

-          Así no llegarás muy lejos. – aventuró – Te falta hacer algo que te parecerá contra-intuitivo y sin embargo necesario: tienes que encarar la pendiente.

Aquel consejo no solo me pareció que atentaba contra la lógica sino también contra el instinto de supervivencia. La ventaja de tener treinta años es que uno aún no ha perdido la ilusión de ser invulnerable ni tampoco dispone de demasiadas propiedades que legar a ningún heredero. Allá me lancé. Contra todo pronóstico, encarar la pendiente era exactamente lo que había que hacer. En realidad hacer snowboard se parece a montar en bicicleta: es imposible mantener el equilibrio si estás parado.

A lo largo de estos años, he ido encontrando múltiples momentos en la vida profesional y personal que me han recordado a aquellos instantes en la montaña, hace ya más de una década. Las oportunidades de avanzar no son siempre predecibles, ni en número ni en calidad: hay periodos fértiles pero muchos otros de pertinaz sequía, en los que lo único que parece factible es mantenerse en movimiento para no perder tracción. Y entonces, cuando uno menos lo espera, aparece una de esas situaciones en las que hay que tomar una decisión difícil, quizá ilógica en apariencia: o contentarnos con lo que hay, con la falta de progreso y la mediocre comodidad o quizá, asumir el riesgo y encarar la pendiente.

Allá vamos.

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