Tal y como decíamos ayer, la
agresiva reducción del precio de las entradas de cine que están aplicando los
principales circuitos de salas puede propiciar un negocio bastante rentable. La mayor
afluencia de público, atraído por las rebajas, puede compensar la pérdida de
ingresos por precio con otros dos factores: la primera, la producida por la
mayor recaudación global derivada de un incremento en el número de espectadores;
la segunda, por mayores ventas de
palomitas, refrescos y otros productos.
Si sólo existiera el ingreso
generado por la venta de entradas, es evidente que una rebaja del 50% del
precio (similar a las anunciadas estos días por los cines), sólo podría
compensarse doblando el número de espectadores. Sin embargo, suponiendo que se
mantiene el gasto medio por espectador habitual en otros productos (entre 3 y 6
euros, dependiendo del cine), bastaría con un incremento de espectadores muy
inferior para compensar los ingresos del cine. Veámoslo en un ejemplo.
Tal como se ve, al PVP de la
entrada hay que restarle el 21% de IVA y otro 2% de derechos de
autor. De ese neto, el dueño de la sala liquida al distribuidor de la película
un 50% de media (el porcentaje puede variar en función de muchos factores, como el poder
de negociación de la sala o el circuito y el de la distribuidora, o el éxito
que tenga la película). Al final, el exhibidor se queda con un porcentaje por
debajo del 40% del PVP de la entrada.
Por otra parte, asumiendo un
margen bruto (antes de personal) de venta de otros productos de un 50% (después
del iva) y un gasto medio de 5 euros, podemos llegar a la conclusión de que
un cine puede alcanzar un margen bruto por espectador de entre 4 y 5 euros. Con
ellos, debe pagar todos los costes de mantener el cine abierto (alquileres,
personal, mantenimiento, amortización de equipos, luz, etc…). Es cierto que el
cine tiene otros ingresos residuales (publicidad, por ejemplo), pero por su
escasa incidencia, no los tendremos en cuenta.
Pues bien, ceteris paribus, en el
ejemplo se aprecia que una reducción del precio de la entrada del 50% queda
compensada para el cine con un incremento de espectadores de un 40% (una cifra
exigente pero bastante por debajo del 100% exigido si sólo contáramos con el
precio de las entradas), y aún por debajo de las primeras estimaciones ofrecidas por las salas esta semana.
Aquí, evidentemente, el que más
arriesga es el distribuidor, que sólo cobra del precio de las entradas por lo
que, a igualdad de condiciones, sí necesitaría que se doblara la cifra de
espectadores para recuperar lo perdido en la rebaja del precio. Probablemente,
estas rebajas han venido acompañadas de una negociación con los distribuidores
para hacerles más digerible el impacto de la medida.
¿ES POSIBLE QUE EL CINE LLEGUE A SER GRATIS?
Un escenario teórico que
sugeríamos ayer consistía en el de una rebaja de precios del 100%. Es decir,
entradas gratis y la película como reclamo para vender consumiciones. Se trataría
de un modelo similar al de una discoteca, por ejemplo. Pero, ¿es factible?
Para empezar existe una
diferencia muy importante con el negocio de una discoteca: en esta actividad de
ocio, el empresario no tiene que compartir sus ingresos con nadie mientras que,
como hemos visto antes, el exhibidor cinematográfico debe repartir el precio de
la entrada con el distribuidor y, además, pagar derechos de autor. Si
desaparece el precio de la entrada como fuente de ingresos ¿cómo se retribuye
al dueño de la película? No habría más solución que la de encontrar un modelo
de reparto de los ingresos de las consumiciones, pero este no sería sencillo de
controlar a menos que la Administración realizara una estricta supervisión de
las consumiciones, al modo que vigila ahora las entradas. Si no, el fraude
sería tan sencillo que los distribuidores difícilmente aceptarían otro pago que
un tanto alzado por película o bien, por espectador, pero difícilmente un
royalty sobre las consumiciones.
Suponiendo que se llegara a
encontrar tal acuerdo (difícil pero no imposible), podemos establecer un modelo
teórico basado en el ejemplo anterior que, a igualdad de gasto medio, determine
el incremento de espectadores necesario para que funcionara.
Como puede verse, se necesitaría
multiplicar por casi 4 veces el número de espectadores para poder hacer
gratuito el cine y que exhibidor y distribuidor ganaran lo mismo que antes.
Evidentemente, este ratio descendería a medida que el gasto medio en
consumiciones se incrementara. Así por ejemplo, un incremento del 50% (de 5 a
7,5 euros per cápita) haría que el ratio se redujese a 2,74 veces, cifras aún
bastante agresivas.
Una solución quizá más
inteligente, incluso para el control de espectadores, podría consistir en
reducir el precio de la entrada a 1 euro simbólico. Con una consumición media
de 7,5 euros (un 50% superior a la actual), el modelo quedaría equilibrado
doblando el número de espectadores.
En conclusión, aunque el cine
gratuito parece una entelequia en este momento (y probablemente en los próximos
años) creo que se acaba de descubrir en el precio una interesante palanca que
tocar antes de dar cualquier batalla por perdida. Por otra parte, que hoy día
exista un modelo de negocio (con un estricto reparto de ingresos entre productor/distribuidor/exhibidor)
que lleva casi un siglo en funcionamiento no significa que éste haya de ser
inmutable, especialmente en tiempos de crisis.
Torres más altas han caído.