"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

jueves, 29 de mayo de 2014

El juego del Visionario (y tres productos que anticipan el futuro)

Si no han jugado nunca a este divertido pasatiempo, permítanme recomendarlo. Además de ameno, conlleva una serie de beneficios que sólo con la práctica y el paso del tiempo se aprecian en toda su magnitud. El juego puede incluso practicarse como ejercicio de planificación estratégica, team building o técnica de coaching… He de decir que, particularmente, lo he probado en múltiples ocasiones con casi todos los equipos con los que he trabajado, y con resultados bastante positivos (no sólo entretiene a los colaboradores y resta ansiedad al grupo sino que, bien dirigido, permite extraer ideas explotables y enfoca el trabajo común hacia la consecución de los objetivos).

Sin más preámbulo, les diré que las instrucciones son muy simples: se trata de imaginar cómo será el futuro dentro de un determinado plazo (uno, diez, veinte, cincuenta años…, o lo que sea menester). El resto de reglas las puede amoldar a los objetivos del juego o ejercicio, ya se trate de un pasatiempo de salón, una reflexión personal o una tormenta de ideas corporativa sobre el devenir de un sector industrial concreto. Ni que decir tiene que, cuantos más matices puedan aportarse, cuantos más detalles… cuanto más, en definitiva, nos “mojemos”, más interesantes y productivos serán los resultados.

Es cierto que jugar bien al Visionario requiere un cierto esfuerzo y algo de preparación previa. Pero como toda gimnasia, cuanto más se practica, más fácil y automática sale. ¿Jugamos?


Tres productos que anticipan el futuro

Permítanme centrar el tiro en tres campos que creo van a suponer una disrupción tremenda, en algún caso similar a lo que ha sido la popularización de la telefonía móvil (si recuerdan –los que tengan de treinta para arriba-, no hace ni veinte años que los únicos móviles que se podían ver los tenían algunos ejecutivos que habían de llevar una maleta al hombro…).


El primero: traducción automática de voz en tiempo real

La empresa Skype (propiedad de Microsoft) acaba de realizar una demostración de esas que dejan con la boca abierta. En el vídeo se puede ver la traducción automática inglés-alemán de una conversación a través de Skype. Y el resultado (salvo que se trate de un truco) es realmente espectacular.

Esta tecnología lleva mucho tiempo en estudio y responde a la vieja aspiración humana de vencer a la maldición de la Torre de Babel y saltar todas las barreras idiomáticas. ¿Imaginan un mundo donde los ordenadores hagan todo el trabajo de interpretación de manera inmediata y sin fallos? Pues al parecer está a la vuelta de la esquina.

Curiosamente, el principal problema al que se ha enfrentado el desarrollo de un sistema fiable de traducción simultánea no ha sido tanto el de que los ordenadores entiendan el lenguaje natural sino el de la capacidad de computación necesaria para que los resultados fueran eficientes. Los saltos de velocidad de proceso que se han producido en los últimos años han sido exponenciales y ya se está trabajando en la manera de mejorar aún más a través de nuevos materiales (grafeno, por ejemplo) y computadores cuánticos. Como ejemplo de lo que quiero decir, realice el siguiente ejercicio: acuda a Google y escriba las palabras “computador cuántico”. El tiempo que ha tardado el buscador en encontrar toda la información de la red sobre este particular ha sido de menos de medio segundo. Para los que hemos vivido otra época sin ordenadores domésticos, esto debería parecernos casi mágico. En breve, es posible que no haya ni que escribirlo, porque Google ya trabaja en fórmulas para averiguar lo que quiere saber en el mismo momento que va a preguntarlo. Como suena.

Pero sin desviarnos del asunto de la traducción simultánea, la tecnología que Skype ha utilizado para este salto no es otra que las redes neuronales, es decir, simular en un sistema informático la forma que el cerebro humano tiene de procesar la información y aprender. Con ello (como cuenta en la demostración el representante de Skype) se producen efectos que no pueden terminar de explicar, como por ejemplo que, tras enseñar inglés al sistema, si después aprende chino, mejora su nivel de inglés. Y si posteriormente se le enseña español, aún es mejor en inglés y chino. Es decir, un aprendizaje muy similar al modo que aprendemos los humanos.

En cualquier caso, las implicaciones de poder disponer de esta tecnología en el día a día, tanto en las relaciones sociales como en el mundo de los negocios o la diplomacia internacional, son difíciles de imaginar. Para empezar, es muy probable que toda la industria destinada a la interpretación, traducción y enseñanza de idiomas, tenga sus días contados (aunque yo apostaría más bien por una sofisticación y especialización de sus servicios, al menos al principio). Por otra parte, si bien algunos profesionales pueden tener que reenfocar sus carreras, no me cabe duda que los beneficios de esta tecnología permitirán crear muchos otros puestos de trabajo debido al incremento exponencial de las relaciones internacionales que supondrá el poder comunicarnos en tiempo real con cualquier persona del planeta.

Argumentarán, con cierta razón, los escépticos de los saltos tecnológicos disruptivos que, si bien una traducción verbal simultánea es aparentemente un hecho, una parte muy importante de lo que comunicamos tiene que ver con el lenguaje no verbal, y esto ya no lo puede suplir fácilmente un ordenador. Pues bien, para su decepción, les diré que los sistemas de reconocimiento facial y gestual ya son capaces de identificar con bastante fiabilidad, por ejemplo, cuándo una persona miente. Algunos sugieren que, además, lo hacen mejor que un humano.

Con lo que nosotros nos estábamos esforzando en que nuestros hijos aprendieran inglés y lo mismo ya no es necesario…

El Segundo: la conducción autónoma (el coche sin conductor)

En este caso, nuestros admiradísimos amigos de Google han presentado una nueva prueba con un vehículo manejado por ordenador (y no es la primera). El coche, con un curioso diseño entre Volkswagen Beetle y huevo Kinder, sorprende incluso más en su interior, pues no dispone de volante ni freno. El humano, por tanto, queda excluido por completo de la actividad de conducción (al parecer se trata de una vieja obsesión del señor Larry Page).

Estoy absolutamente convencido de que esta tecnología la podremos disfrutar a nada que vivamos unos cuantos años más (¿veinte años para una popularización masiva? Podría ser…).

En estos momentos, el prototipo de Google alcanza una velocidad de unos 40 Kms/h, pero esto es lo de menos. El asunto es cómo se consigue que un coche pueda conducirse autónomamente sin riesgo para sus tripulantes. Y, en este caso, no es cómo el de la conducción humana: aquí admitiremos una tasa de accidentes de cero punto cero. O no habrá conducción autónoma.

Pues bien, este logro es posible gracias a los avances en tres campos fundamentales: primero, en la tecnología de detección de objetos y reconocimiento de superficies. Considere la cantidad de objetos, fijos y en movimiento que su cerebro procesa simultáneamente cuando circula por una ciudad en una hora punta (su tamaño, distancia, dirección, velocidad… incluso las posibilidades de variación de sus trayectorias). En segundo lugar, una vez más, la capacidad de computación (para calcular todas las distancias y posibles interacciones con el resto de objetos). Y en tercer lugar, las telecomunicaciones, para gestionar el tráfico como sistema (algo que aún está un poco verde –y tiene poca influencia en este prototipo- pero que constituirá el salto definitivo).

Las ventajas de que los transportes por carretera puedan estar dirigidos por ordenadores son, sencillamente, sensacionales. Para empezar, como hemos mencionado antes, difícilmente admitiremos que exista siniestralidad en un entorno en el que haya vehículos de conducción autónoma. Porque, además, no tiene razón de existir: los ordenadores no se equivocan, sencillamente realizan cálculos a mucha mayor velocidad que un humano y con precisión casi absoluta. Y el tráfico, en un entorno donde todos los objetos son elementos del mismo sistema, es básicamente un problema de velocidad de proceso. Hasta el punto en que, probablemente, en un futuro no demasiado lejano, lo que estarán prohibidos serán los vehículos conducidos por personas, sujetos a fallos humanos y accidentes.

Otra de las grandes ventajas será, posiblemente, la velocidad de desplazamiento, que siempre tendrá una limitación física (potencia de los motores, peso del vehículo, etc…), pero que un sistema informático perfeccionado podrá expandir al máximo, hasta límites que un humano no podría controlar. De igual manera, el consumo de energía será óptimo, al elegir siempre el ordenador el trayecto que matemáticamente optimice dicha variable. Ni hablemos de la comodidad que proporcionará el no tener que ponernos a los mandos en viajes de largas distancias.

Estoy convencido de que este será, a no demasiados años vista, el salto definitivo de la automoción.


El tercero: los materiales compuestos
Es posible que este campo sea menos espectacular, pero en absoluto menos relevante de cara al futuro: a raíz de la evolución que la industria aeronáutica ha experimentado, se han desarrollado nuevos materiales sintéticos, como la fibra de carbono, que presentan propiedades excepcionales y una ventaja frente a materiales tradicionales (acero, aluminio, etc…). En muchos casos, se trata de compuestos más resistentes o flexibles, de mayor vida útil, más ecológicos, con mayor capacidad para absorber golpes y, habitualmente, de menor peso.

La utilidad de dichos materiales ha traspasado la frontera de su uso en aviación para tener aplicaciones inmediatas en automoción, bicicletas, materiales deportivos, arquitectura o infraestructuras.

Actualmente, la industria de la automoción, se enfrenta a un complicado problema: la eficiencia de los motores ha alcanzado un límite de difícil superación, con lo que en aras de una mayor eficiencia energética, la solución más evidente consiste en reducir el peso de los vehículos (piense usted el dispendio energético que supone ir sólo en el coche a trabajar cada día, donde para poder desplazarle a usted o a mí – unos 80 kilos esta temporada – es preciso usar combustible para mover una tonelada).

Mucho se ha hablado también sobre las aplicaciones del grafeno o la posibilidad de incrementar la generación de energía solar con materiales que pueden utilizarse en la construcción de infraestructuras. ¿Se imaginan carreteras que generan energía? Pues existen, y sus inventores proclaman que supondrán el fin de los automóviles movidos por combustibles fósiles.

En definitiva, creo que nos esperan grandes acontecimientos a la vuelta de la esquina y un futuro realmente apasionante. Por cierto, para quien sepa verlo, también hay aquí grandes oportunidades de inversión. Aunque jugar al Visionario con valores cotizados es ya un ejercicio un poco más complejo y arriesgado.


miércoles, 14 de mayo de 2014

El día que conocí al hombre de azúcar

Aquella era una de esas tardes nefastas en las que te llevas a casa los problemas del trabajo. Recuerdo que, para añadir más melancolía, llovía ligeramente sobre Madrid. Una de esas lluvias sucias que convierten el tráfico de la ciudad en una pesadilla y hacen ricas a las tintorerías.

Después de una hora para recorrer los diez kilómetros que separan la oficina de mi casa, aparqué el coche en el garaje con ganas de no volver a verlo en una larga temporada (por lo menos hasta la mañana siguiente) y di el día por concluido, tras marcarlo para el olvido eterno.

Pero si recuerdo aún perfectamente los detalles de una tarde de invierno de hace ahora algo más de un año es por lo que ocurrió después. Como sucede en ocasiones, mi mujer había hecho un plan con total desconocimiento de que mi estado de ánimo era precisamente el opuesto al que debería tener para que me apeteciera volver a meterme en la selva de coches parados aquella tarde-noche de perros. Y el plan no podía ser menos atractivo a primera vista: se trataba de atravesar Madrid para llegar al centro cultural de Matadero, donde se presentaba un documental independiente de un director sueco desconocido acerca de un músico más desconocido aún. Apasionante. Como pueden imaginar, tras un cierto intercambio de impresiones, nos pusimos de camino, y a toda prisa, hacia el evento.

Para añadir más suspense a la noche, llegamos (de milagro) cuando se apagaban las luces y tuvimos que buscar a tientas un par de butacas en la abarrotada sala. Solo encontramos dos sitios libres, que tenían además el cartel de “reservado”. Poco más se podía hacer, así que, imaginando que las butacas tenían en realidad nuestro nombre inscrito, nos acomodamos cuando en la pantalla se leía ya el título de la película: Searching for Sugar Man.

Para los que (aún) no hayan visto esta pequeña joya, no desvelaré ni una sola línea de su argumento. Es más, recomiendo que la vean con la misma dosis de ignorancia que tenía yo aquella tarde. La sorpresa merece (y mucho) la pena. Sólo puedo decir que, al final de la proyección, no sólo había olvidado por completo cualquier pequeña inconveniencia laboral sino que mi ánimo era ya otro completamente diferente y he de reconocer que la historia me había emocionado de veras. ¿Se pude pedir más a una película? Pues lo hubo.

Cuando se encendieron las luces y sonaron los aplausos, apareció en escena un joven espigado, de unos treinta años y con un aspecto y nombre exóticos: Malik Bendjelloul. El Director.

La historia del propio Malik no tiene desperdicio y es la de un creador a la busca de una historia que contar. No cualquier historia, desde luego, sino una que realmente mereciera la pena ser contada. Para ello, Malik había abandonado su trabajo como reportero en un canal sueco (SVT) con el fin de recorrer el mundo. Tras un largo periplo recaló en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde tomó conocimiento de los extraños y maravillosos hechos que narra (y en los que incluso influye) en su sensacional cinta. Durante tres años, Malik vivió para el proyecto de Sugar Man, fue abandonado por su productor, se quedó sin dinero, tuvo que hacer trabajos alternativos para financiar la conclusión del film y hasta realizó personalmente algunas de las animaciones que la adornan. El resto es un caso de éxito (Óscar de Hollywood incluido), propiciado por el gran talento de este joven realizador.

He de decir que la anécdota de la noche fue la divertidísima (y, a ratos, un tanto delirante) traducción del inglés al español que hizo su intérprete, un tejano con ganas de “participar” y que arrancó grandes carcajadas de la audiencia y una cierta sorpresa entre el equipo de la película. Cosas de los estrenos.

Esta mañana nos hemos despertado con una pésima noticia: Malik Bendjelloul ha sido hallado muerto en circunstancias aún no aclaradas (al parecer, naturales). Tenía sólo 36 años y estaba preparando una nueva película sobre un hombre capaz de comunicarse con los elefantes. Estoy convencido de que, una vez más, hubiera sido un film memorable, emocionante y con esa dosis de humildad y candidez con la que Malik firmó Searching for Sugar Man.

Descanse en paz Malik Bendjelloul, el hombre de azúcar. Y, por favor, no se pierdan Searching for Sugar Man.