Si no han jugado nunca a este
divertido pasatiempo, permítanme recomendarlo. Además de ameno, conlleva una
serie de beneficios que sólo con la práctica y el paso del tiempo se aprecian
en toda su magnitud. El juego puede incluso practicarse como ejercicio de
planificación estratégica, team building o técnica de coaching… He de decir
que, particularmente, lo he probado en múltiples ocasiones con casi todos los
equipos con los que he trabajado, y con resultados bastante positivos (no sólo
entretiene a los colaboradores y resta ansiedad al grupo sino que, bien
dirigido, permite extraer ideas explotables y enfoca el trabajo común hacia la
consecución de los objetivos).
Sin más preámbulo, les diré que
las instrucciones son muy simples: se trata de imaginar cómo será el futuro
dentro de un determinado plazo (uno, diez, veinte, cincuenta años…, o lo que
sea menester). El resto de reglas las puede amoldar a los objetivos del juego o
ejercicio, ya se trate de un pasatiempo de salón, una reflexión personal o una
tormenta de ideas corporativa sobre el devenir de un sector industrial
concreto. Ni que decir tiene que, cuantos más matices puedan aportarse, cuantos
más detalles… cuanto más, en definitiva, nos “mojemos”, más interesantes y
productivos serán los resultados.
Es cierto que jugar bien al
Visionario requiere un cierto esfuerzo y algo de preparación previa. Pero como
toda gimnasia, cuanto más se practica, más fácil y automática sale. ¿Jugamos?
Tres productos que anticipan el
futuro
Permítanme centrar el tiro en
tres campos que creo van a suponer una disrupción tremenda, en algún caso
similar a lo que ha sido la popularización de la telefonía móvil (si recuerdan
–los que tengan de treinta para arriba-, no hace ni veinte años que los únicos
móviles que se podían ver los tenían algunos ejecutivos que habían de llevar
una maleta al hombro…).
El primero: traducción automática
de voz en tiempo real
La empresa Skype (propiedad de
Microsoft) acaba de realizar una demostración de esas que dejan con la boca abierta. En el vídeo se puede ver la traducción automática inglés-alemán de una
conversación a través de Skype. Y el resultado (salvo que se trate de un truco)
es realmente espectacular.
Esta tecnología lleva mucho
tiempo en estudio y responde a la vieja aspiración humana de vencer a la
maldición de la Torre de Babel y saltar todas las barreras idiomáticas.
¿Imaginan un mundo donde los ordenadores hagan todo el trabajo de
interpretación de manera inmediata y sin fallos? Pues al parecer está a la
vuelta de la esquina.
Curiosamente, el principal
problema al que se ha enfrentado el desarrollo de un sistema fiable de
traducción simultánea no ha sido tanto el de que los ordenadores entiendan el
lenguaje natural sino el de la capacidad de computación necesaria para que los
resultados fueran eficientes. Los saltos de velocidad de proceso que se han
producido en los últimos años han sido exponenciales y ya se está trabajando en
la manera de mejorar aún más a través de nuevos materiales (grafeno, por
ejemplo) y computadores cuánticos. Como ejemplo de lo que quiero decir, realice
el siguiente ejercicio: acuda a Google y escriba las palabras “computador
cuántico”. El tiempo que ha tardado el buscador en encontrar toda la
información de la red sobre este particular ha sido de menos de medio segundo. Para
los que hemos vivido otra época sin ordenadores domésticos, esto debería
parecernos casi mágico. En breve, es posible que no haya ni que escribirlo,
porque Google ya trabaja en fórmulas para averiguar lo que quiere saber en el
mismo momento que va a preguntarlo. Como suena.
Pero sin desviarnos del asunto de
la traducción simultánea, la tecnología que Skype ha utilizado para este salto
no es otra que las redes neuronales, es decir, simular en un sistema
informático la forma que el cerebro humano tiene de procesar la información y
aprender. Con ello (como cuenta en la demostración el representante de Skype)
se producen efectos que no pueden terminar de explicar, como por ejemplo que,
tras enseñar inglés al sistema, si después aprende chino, mejora su nivel de
inglés. Y si posteriormente se le enseña español, aún es mejor en inglés y
chino. Es decir, un aprendizaje muy similar al modo que aprendemos los humanos.
En cualquier caso, las
implicaciones de poder disponer de esta tecnología en el día a día, tanto en
las relaciones sociales como en el mundo de los negocios o la diplomacia
internacional, son difíciles de imaginar. Para empezar, es muy probable que
toda la industria destinada a la interpretación, traducción y enseñanza de
idiomas, tenga sus días contados (aunque yo apostaría más bien por una
sofisticación y especialización de sus servicios, al menos al principio). Por
otra parte, si bien algunos profesionales pueden tener que reenfocar sus
carreras, no me cabe duda que los beneficios de esta tecnología permitirán
crear muchos otros puestos de trabajo debido al incremento exponencial de las
relaciones internacionales que supondrá el poder comunicarnos en tiempo real
con cualquier persona del planeta.
Argumentarán, con cierta razón,
los escépticos de los saltos tecnológicos disruptivos que, si bien una
traducción verbal simultánea es aparentemente un hecho, una parte muy
importante de lo que comunicamos tiene que ver con el lenguaje no verbal, y
esto ya no lo puede suplir fácilmente un ordenador. Pues bien, para su
decepción, les diré que los sistemas de reconocimiento facial y gestual ya son
capaces de identificar con bastante fiabilidad, por ejemplo, cuándo una persona
miente. Algunos sugieren que, además, lo hacen mejor que un humano.
Con lo que nosotros nos estábamos
esforzando en que nuestros hijos aprendieran inglés y lo mismo ya no es
necesario…
El Segundo: la conducción
autónoma (el coche sin conductor)
En este caso, nuestros
admiradísimos amigos de Google han presentado una nueva prueba con un vehículo manejado por ordenador (y no es la primera). El coche, con un curioso diseño
entre Volkswagen Beetle y huevo Kinder, sorprende incluso más en su interior,
pues no dispone de volante ni freno. El humano, por tanto, queda excluido por
completo de la actividad de conducción (al parecer se trata de una vieja
obsesión del señor Larry Page).
Estoy absolutamente convencido de
que esta tecnología la podremos disfrutar a nada que vivamos unos cuantos años
más (¿veinte años para una popularización masiva? Podría ser…).
En estos momentos, el prototipo
de Google alcanza una velocidad de unos 40 Kms/h, pero esto es lo de menos. El
asunto es cómo se consigue que un coche pueda conducirse autónomamente sin
riesgo para sus tripulantes. Y, en este caso, no es cómo el de la conducción
humana: aquí admitiremos una tasa de accidentes de cero punto cero. O no habrá
conducción autónoma.
Pues bien, este logro es posible
gracias a los avances en tres campos fundamentales: primero, en la tecnología
de detección de objetos y reconocimiento de superficies. Considere la cantidad
de objetos, fijos y en movimiento que su cerebro procesa simultáneamente cuando
circula por una ciudad en una hora punta (su tamaño, distancia, dirección,
velocidad… incluso las posibilidades de variación de sus trayectorias). En
segundo lugar, una vez más, la capacidad de computación (para calcular todas
las distancias y posibles interacciones con el resto de objetos). Y en tercer
lugar, las telecomunicaciones, para gestionar el tráfico como sistema (algo que
aún está un poco verde –y tiene poca influencia en este prototipo- pero que
constituirá el salto definitivo).
Las ventajas de que los
transportes por carretera puedan estar dirigidos por ordenadores son,
sencillamente, sensacionales. Para empezar, como hemos mencionado antes,
difícilmente admitiremos que exista siniestralidad en un entorno en el que haya
vehículos de conducción autónoma. Porque, además, no tiene razón de existir:
los ordenadores no se equivocan, sencillamente realizan cálculos a mucha mayor
velocidad que un humano y con precisión casi absoluta. Y el tráfico, en un
entorno donde todos los objetos son elementos del mismo sistema, es básicamente
un problema de velocidad de proceso. Hasta el punto en que, probablemente, en
un futuro no demasiado lejano, lo que estarán prohibidos serán los vehículos
conducidos por personas, sujetos a fallos humanos y accidentes.
Otra de las grandes ventajas
será, posiblemente, la velocidad de desplazamiento, que siempre tendrá una
limitación física (potencia de los motores, peso del vehículo, etc…), pero que
un sistema informático perfeccionado podrá expandir al máximo, hasta límites
que un humano no podría controlar. De igual manera, el consumo de energía será
óptimo, al elegir siempre el ordenador el trayecto que matemáticamente optimice
dicha variable. Ni hablemos de la comodidad que proporcionará el no tener que
ponernos a los mandos en viajes de largas distancias.
Estoy convencido de que este
será, a no demasiados años vista, el salto definitivo de la automoción.
El tercero: los materiales
compuestos
Es posible que este campo sea
menos espectacular, pero en absoluto menos relevante de cara al futuro: a raíz
de la evolución que la industria aeronáutica ha experimentado, se han
desarrollado nuevos materiales sintéticos, como la fibra de carbono, que
presentan propiedades excepcionales y una ventaja frente a materiales
tradicionales (acero, aluminio, etc…). En muchos casos, se trata de compuestos
más resistentes o flexibles, de mayor vida útil, más ecológicos, con mayor
capacidad para absorber golpes y, habitualmente, de menor peso.
La utilidad de dichos materiales
ha traspasado la frontera de su uso en aviación para tener aplicaciones
inmediatas en automoción, bicicletas, materiales deportivos, arquitectura o
infraestructuras.
Actualmente, la industria de la
automoción, se enfrenta a un complicado problema: la eficiencia de los motores
ha alcanzado un límite de difícil superación, con lo que en aras de una mayor
eficiencia energética, la solución más evidente consiste en reducir el peso de
los vehículos (piense usted el dispendio energético que supone ir sólo en el
coche a trabajar cada día, donde para poder desplazarle a usted o a mí – unos
80 kilos esta temporada – es preciso usar combustible para mover una tonelada).
Mucho se ha hablado también sobre
las aplicaciones del grafeno o la posibilidad de incrementar la generación de
energía solar con materiales que pueden utilizarse en la construcción de
infraestructuras. ¿Se imaginan carreteras que generan energía? Pues existen, y sus inventores proclaman que supondrán el fin de los automóviles movidos por combustibles fósiles.
En definitiva, creo que nos
esperan grandes acontecimientos a la vuelta de la esquina y un futuro realmente
apasionante. Por cierto, para quien sepa verlo, también hay aquí grandes
oportunidades de inversión. Aunque jugar al Visionario con valores cotizados es ya un
ejercicio un poco más complejo y arriesgado.