Comienza el Mundial de Brasil.
32 equipos nacionales, con características y circunstancias de lo más diverso, se enfrentarán en los estadios cariocas en las próximas semanas para deleite de millones de aficionados en el mundo entero. Se trata, probablemente, del campeonato más polémico desde que arrancaron los mundiales: los trabajos de preparación han estado jalonados de dificultades y retrasos, se han producido demasiados accidentes laborales, miles de personas protestan diariamente por el presunto dispendio en la organización en medio de huelgas y disturbios, la inseguridad ciudadana en las ciudades brasileñas sigue siendo un dolor de cabeza… Y sin embargo, pronto todo esto desaparecerá de la primera plana de los periódicos y de las aperturas de los informativos para ser sustituido por las crónicas y los resultados de los partidos de fútbol. Como la vida misma.
32 equipos nacionales, con características y circunstancias de lo más diverso, se enfrentarán en los estadios cariocas en las próximas semanas para deleite de millones de aficionados en el mundo entero. Se trata, probablemente, del campeonato más polémico desde que arrancaron los mundiales: los trabajos de preparación han estado jalonados de dificultades y retrasos, se han producido demasiados accidentes laborales, miles de personas protestan diariamente por el presunto dispendio en la organización en medio de huelgas y disturbios, la inseguridad ciudadana en las ciudades brasileñas sigue siendo un dolor de cabeza… Y sin embargo, pronto todo esto desaparecerá de la primera plana de los periódicos y de las aperturas de los informativos para ser sustituido por las crónicas y los resultados de los partidos de fútbol. Como la vida misma.
Vivimos en una sociedad de
opulencia informativa. La cantidad de información a la que un ciudadano de un
país desarrollado se encuentra expuesto cada día es casi incalculable:
televisión, radio, internet, móviles, publicidad exterior, pantallas por
doquier... Lo procesamos todo, absolutamente todo. Aunque, evidentemente, no
podemos almacenarlo de igual forma ni reflexionar sobre cada bit recibido.
Sería humanamente imposible.
Por eso, cada vez vivimos más de
pequeñas píldoras de información que otros procesan. Vivimos de reseñas, de titulares,
de eslóganes, de tuits… Y, si hemos decidido que el emisor nos inspira
confianza, los usamos casi como si fueran la verdad absoluta revelada. En
definitiva, nos vemos obligados a confiar cada día más en los resultados
finales de las cosas, porque entender el proceso entero sería demasiado costoso
en tiempo y recursos. Resultados, como en el fútbol.
La selección española es,
probablemente, el mejor equipo que este país ha presentado jamás a un
campeonato. Prácticamente todos sus jugadores son grandes estrellas en los
mejores equipos del mundo y, si sumamos, todos los títulos que acumulan, no hay
otra selección en este Mundial que pueda siquiera acercarse. Además, somos los
vigentes campeones del mundo y de Europa (por partida doble). Aunque en el
fútbol nunca hay garantías de nada, esta vez vamos con una solvencia más que
acreditada. Y sin embargo, como la pelota no entre, todo eso no valdrá para
nada. Resultados, resultados, resultados…
La frialdad del resultado
En el mundo empresarial, las
cosas no son muy distintas. Como en el fútbol, al final de cada partido
(ejercicio), hay que enseñar la cuenta de resultados. Por muchas explicaciones
que puedan darse (al igual que los entrenadores en las ruedas de prensa
posteriores a los encuentros), la línea final contendrá el corolario máximo que
indicará si se han cumplido los objetivos.
Atrás quedará el trabajo de todo
el periodo. El esfuerzo, la dedicación y las vicisitudes serán ya poco
relevantes (mucho menos si las metas no se han alcanzado). Sólo quedará una
fría línea en un papel, que será la vara que mida si todo ha merecido la pena,
si cobraremos un bonus, obtendremos una promoción, mantendremos a flote nuestra
empresa o conservaremos nuestro trabajo. Así de sencillo. Y así de duro.
Sólo puede ganar uno
Como en el fútbol, aquí tampoco
hay garantías. Uno puede dedicarle a un proyecto todo su tiempo, su energía y
hasta su pasión y, a pesar de lo que cuentan los nuevos pseudo-gurús del
emprendimiento, fracasar de manera incontestable. Además, suele ser lo más
habitual. Y si no, ya verán lo que pasa en este mundial, donde para que gane
uno, perderán otros 31.
Al contrario que Morgan Stanley o
el pulpo Paul, me siento incapaz de hacer una predicción sobre quién será el
campeón del mundo dentro de unas semanas. En cambio es fácil apostar por
algunos (bastantes) que no lo van a ser casi con toda certeza. Existe otro
grupo intermedio de equipos que disponen de alguna estrella pero funcionan peor
como conjunto (Inglaterra, Portugal, Chile…). Y finalmente, hay un grupo de
selecciones (Brasil, España, Alemania, Argentina, Italia, Holanda…) que tienen
a los mejores jugadores y, además, conforman un equipo de inmejorable nivel
competitivo. Casi seguro que, entre estos últimos, estará el campeón.
Sólo puede ganar uno. Pero para
poder optar a ganar, hay que tener un equipo de máximo nivel.
Equipos altamente competitivos
Construir un equipo (ya sea
deportivo o empresarial) de alto rendimiento es una tarea para la que existen
tan pocas (o tantas) recetas como uno pueda imaginar. Y como dice el refrán,
“cada maestrillo tiene su librillo”. A lo largo de estos años, he tenido la
suerte de formar parte de alguno (ya fuera como “jugador” o como manager), y si
algo he podido comprobar es la repetición de algunos patrones que intento
replicar en cada oportunidad:
1)
Reunir talento: ya lo hemos contado en algún otro post. La calidad de los miembros del equipo es un factor crucial para
lograr objetivos ambiciosos. Merece la pena ser muy exigente en la conformación
del equipo. Una vez construido, será complicado y traumático hacer cambios a
mitad de partido. Eso sí, la misión del manager será efectuar dichos cambios a
tiempo y de la manera menos dañina. Si hay algo en lo que creo es que la
decisión de rodearse de los mejores debe ser irrenunciable. Cierto es que,
tanto en el fútbol como en el mundo empresarial, los grados de libertad para
construir un equipo pueden ser muy variables.
2)
Gestionar expectativas: la gente con talento
suele ser consciente de su valía. Sus expectativas, por tanto, serán altas y,
habitualmente, crecientes. Nunca hay que infravalorar este aspecto. No sólo (ni
principalmente) hablo de condiciones económicas. Me refiero a gestionar las
ambiciones, la carrera y el crecimiento profesional de los miembros de un
equipo de manera planificada, constante y dedicada. Si no se hace así, la
desmotivación y los abandonos se extenderán como un virus por la organización.
Y una organización enferma es muy difícil de curar. El líder de un equipo tiene
siempre infinitas preocupaciones. Bueno, pues esta, a mi juicio, es la
preocupación más relevante de todas.
3)
Objetivos claros: no hay cosa más práctica que
disponer de una buena estrategia. Por el contrario, no existe nada más
desmoralizante para un equipo que una percepción difusa, variable o volátil de
los objetivos a lograr. Para evitar esto no sólo hay que hacer un trabajo
sólido de reflexión y análisis estratégico, sino que todos los miembros del
equipo deberían participar en el mismo de una manera activa y periódica. A
menudo las empresas olvidan que los humanos somos constructores y exploradores.
Para sentirnos vivos y parte del proyecto común, debemos percibir que
contribuimos a su edificación o descubrimiento.
4)
Entrenar, entrenar, entrenar…: ¿Imaginan un
equipo que fuera al Mundial de Brasil sin entrenar nada o casi nada, sin tirar
faltas, ensayar triangulaciones o prepararse físicamente? Pues hay empresas
donde esto es lo habitual. Nadie se encarga de preparar las reuniones, las
presentaciones de ventas, las demostraciones de producto, las llamadas
comerciales… En muchos casos todo esto se confía erróneamente a la
“profesionalidad” de cada uno, que se supone que “ya sabrá lo que tiene que
hacer”. Cuando llega el momento de la verdad, podemos llevarnos sorpresas muy
desagradables que poco tienen, en muchos casos, que ver con los conocimientos o
la actitud de los miembros del equipo, sino con una inadecuada preparación. Un
buen manager dedica mucho tiempo a preparar aspectos cruciales hasta que salen
de manera automática y con la precisión de un reloj suizo.
5) Feedback permanente y bidireccional: según mi
experiencia, no hay nada tan necesario como comunicar adecuadamente y de manera
periódica a cada miembro del equipo lo que se espera de él, cómo ha sido su
rendimiento, cómo ha contribuido a los objetivos comunes y cómo marcha el
esfuerzo común. Esta comunicación no sólo debe establecerse en una dirección:
también es necesario escuchar. Finalmente, se debe adoptar un plan de acción
adaptado a cada caso para potenciar el rendimiento y el desarrollo de cada uno.
Una gran parte de las organizaciones desconocen o infravaloran la importancia
del feedback y la mayor parte de los jefes de equipo jamás han recibido
formación adecuada para poder ofrecerlo de manera óptima. El resultado suele
ser, sencillamente, catastrófico. En cambio, si se hace un buen trabajo en este
aspecto, se contribuirá de manera casi mágica a la eficiencia de la
organización y a la felicidad (como suena) de los miembros del equipo.
Demostrado.
6)
Justicia y transparencia: no sólo las estrellas
futbolísticas se comparan con sus otros compañeros de equipo e, incluso, con
sus colegas rivales: todos lo hacemos. Así que no puede extrañar que, los
mismos problemas que surgen en los vestuarios, acaben por aparecer en cualquier
empresa. Desgraciadamente, la inexistencia de políticas retributivas homogéneas
y profesionalizadas es la tónica habitual de muchas organizaciones. De forma
completamente equivocada, demasiados empresarios y directivos prefieren
gestionar este aspecto aplicando opacidad y secretismo, e ignorando que, en
este terreno, todo se acaba sabiendo antes o después. Homogeneizar y
estandarizar la política retributiva y dotarla de un máximo de transparencia,
asociándola indisolublemente a un sistema claro de objetivos y a un feedback
permanente, eliminarán la mayor parte de los conflictos en este campo así como
la necesidad de adoptar soluciones arbitrarias e improvisadas que sólo
contentarán a alguno y acabarán por destruir al equipo.
Estilo de juego
España ha ganado los últimos
campeonatos internacionales aplicando una forma de jugar absolutamente
innovadora y diferencial, basada en el control del balón (algunos lo llaman “confiscación”
con bastante acierto), el toque y la paciencia. España no se apea de su
planteamiento (como mucho, hace variaciones tácticas), consciente de haber
inventado un estilo ganador que nació en la escuela del FC Barcelona.
El estilo de juego de un equipo
es al fútbol lo que la cultura corporativa a una organización. Cuanto más
sólida sea esta y más frutos haya dado en el pasado, más creyentes generará. En
última instancia, le corresponderá al líder del equipo (al entrenador) decidir
el estilo que mejor encaje con las características del mismo y las
circunstancias de un mercado.
Ningún estilo es infalible, no
obstante. España (como el Barça), tiene problemas para ganar a equipos que lo
basan todo en contraataques fulminantes. No existe ninguna organización en el
mundo que no tenga algún punto débil que el rival pueda llegar a explotar en su
beneficio.
Reflexionar sobre la forma en la
que una organización trabaja, su escala de prioridades y sus valores, obtener
conclusiones firmes sobre los mismos e implantarlas decididamente, es un
trabajo que ninguna organización debe pasar por alto si quiere tener opciones
de poder marcar la diferencia.
La relatividad del resultado
Al final gana el equipo que marca
más goles y no necesariamente el que juega mejor. Ahora bien, la gran mayoría
de las veces, ambas circunstancias coinciden. Conformar un equipo de talento,
motivado, preparado, adecuada y justamente retribuido, bien liderado y con un
estilo propio de hacer las cosas, es una de las mejores garantías de que jugará
bien y tendrá opciones al triunfo final.
Es imposible ganar siempre, pero
lo que muchos infravaloran es que la manera de hacer las cosas es mucho más
relevante de lo que parece y en lo único en lo que se puede ejercer un control
exhaustivo.
Porque siempre habrá otro
partido, otro campeonato, otra temporada…
Me quedo con (de todas las buenas ideas) la de entrenar, entrenar, entrenar...... Muy buena la comparación!!!
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