"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

martes, 1 de julio de 2014

El Cine en la encrucijada

Hacia la mitad de los alegres años 20 del pasado siglo, Marcus Loew poseía uno de los mayores circuitos de salas cinematográficas de los Estados Unidos. Aquellos eran cines primigenios, de películas mudas y pianista en la sala, pero administrar más de 150 de aquellos locales de la diversión de moda en América era disponer de una auténtica máquina de hacer dinero.  Curiosamente, su principal problema no era, como ahora, la piratería, las ofertas de ocio sustitutivas ni las plataformas OTT, sino el acceso a una provisión continua y eficiente de novedades para exhibir.

Con el fin de asegurarse este flujo de producción, Marcus Loew decidió adquirir una productora llamada Metro Pictures Corporation. A esta compra le siguieron otras dos: Goldwyn Pictures y Louis B. Mayer Pictures, en lo que constituyó el primer gran proceso de integración vertical de la naciente industria cinematográfica. Nacía así el estudio llamado a ser el dominante en el Hollywood dorado de los años 40 y 50: la Metro Goldwyn Mayer.

El razonamiento estratégico detrás de estas operaciones es fácil de descubrir: si Loew era capaz de optimizar su ciclo de exhibición con un adecuado flujo de películas atractivas y en constante renovación, conseguiría tener los cines llenos más tiempo. Y a mayor volumen de entradas vendidas, más dinero para producir películas más caras y atractivas para los mismos cines. En definitiva, se trataba de construir una ventaja competitiva sostenible.

Tanto fue así que en 1925, la Metro estrenó una película mítica (y también la más cara jamás producida hasta entonces), cuyo éxito sin precedentes convertiría a la compañía en el mayor estudio de Hollywood. La cinta no era otra que Ben-Hur (no la de Charlton Heston que todos recordamos, sino la versión muda, con la estrella de aquellos tiempos, Ramón Novarro). La estrategia de sinergias verticales resultó tan efectiva que no sólo se cumplieron los objetivos de Loew de disponer de una corriente permanente de títulos sino que el liderazgo de la Metro como productora duró más de tres décadas.

Todos los años, por estas fechas, se publican los datos de las cuotas del cine español, europeo y norteamericano correspondientes al ejercicio anterior. Con ciertas variaciones, comprobamos año tras año que el cine producido en los Estados Unidos sigue dominando el mercado con porciones de la tarta cercanas al 70% en el conjunto de la Unión Europea. El Observatorio Audiovisual Europeo ha publicado recientemente unas interesantísimas estadísticas que muestran este dominio, un año más.


A nadie debería sorprender esto. En realidad no está basado en otra cosa que en lo que Mr. Loew descubrió y aplicó ya con éxito en 1924: el cine es un negocio de volumen, donde el tamaño del mercado y la capacidad financiera son absolutamente claves. Y si no, contemplen la siguiente tabla, que contiene un listado de los principales títulos exhibidos en Europa en 2013 y las entradas que vendieron: entre las 20 primeras, no encontramos ninguna sin participación estadounidense y, la primera liderada por un país europeo está en el puesto 18.



Por otra parte (como se aprecia en la tabla siguiente) podemos comprobar que los primeros títulos americanos atraen aproximadamente tres veces más espectadores que los europeos. Y esto sólo son los datos de nuestro mercado. Si sumamos las recaudaciones del norteamericano y las del resto del mundo, podemos entender la distancia a la que se sitúa la industria estadounidense de la europea.



Se ha hablado mucho de la indiferencia del público español hacia las películas nacionales y la falta de orientación comercial de los productores españoles provocado por un sistema de subvenciones y ayudas equivocado y poco estimulante. Si bien estoy de acuerdo a grandes rasgos con estas ideas y creo que es necesario reformular completamente el esquema financiero y fiscal de la producción cinematográfica española, no debemos cegarnos ante la realidad del mercado, que no es otra que la absoluta desproporción de fuerzas con el competidor americano.


Aunque, particularmente, la llamada “cultura de la subvención” me agrada bastante poco (tanto como contribuyente como economista), pensar que se podrían hacer muchas películas en Europa y en España sin algún tipo de ayuda para equilibrar, aunque sea un poco, las enormes desventajas frente a la industria estadounidense, sería pecar de iluso. Sin entrar en polémicas sobre los últimos anuncios de reforma en este campo, tachados de insuficientes por los productores, creo que en las manos de los poderes públicos está proponer un sistema eficiente y competitivo pero que obligue a los que quieran ser productores a jugarse algo en la aventura. No sé si todo el cine que se haga será cultura con mayúsculas o con minúsculas pero entiendo igual de mal el hecho de que se pueda ser productor sin arriesgar nada en el intento (como ha venido ocurriendo demasiadas veces durante los últimos años), que empujar a un país como este a prescindir de hacer películas de cine.

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