"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

jueves, 24 de julio de 2014

Populismo y medios de comunicación

En 1954 Juan Domingo Perón se encontraba en la mitad de su segundo mandato como Presidente de Argentina, para el que había sido reelegido con una aplastante mayoría absoluta. Para entonces, el movimiento Justicialista, que Perón había encarnado junto a su segunda y carismática esposa, Eva Duarte (Evita), fallecida en 1952 y ya transformada en indiscutible icono del mismo, había ya mostrado todas sus facetas, madurado sus frutos más notables y traicionado la mayoría de las grandes esperanzas de igualdad y progreso que la nación argentina había albergado.

Hacía apenas unos meses que el gobierno de Perón había promulgado la Ley de Radiodifusión, en la que categorizaba dicha actividad como de “interés público”. A continuación concedió las primeras licencias de radio y televisión. Y en aras de ese “interés público”, las concedió a empresarios afines al movimiento. Todo muy “igualitario” y “justo”.

El Justicialismo de Perón hundía sus raíces en el sindicalismo y su base de electores residía en las clases trabajadoras de aquel país en ebullición que era Argentina en los años cuarenta y cincuenta. Se trataba de un grupo social numeroso y forjado en las fábricas de la incipiente industrialización y en los grandes latifundios rurales, en un contexto en el que pesaba mucho el origen diverso de un país inmenso, hecho de inmigrantes de medio mundo, dominado por una élite cuasi-aristocrática y con profundas raíces católicas y ultraconservadoras. En definitiva, un caldo de cultivo en el que las crecientes diferencias sociales entre las oligarquías dominantes y el resto del pueblo dejaban al país al borde de la revolución a cada poco, como quedó demostrado por las numerosas asonadas y revueltas que se produjeron en aquellas décadas.

En ese contexto convulso, el discurso populista de Perón, sus promesas de igualdad y justicia social calaron profundamente, siempre acompañadas de una gran suerte, como la que encontró al casarse con la magnética Evita, una comunicadora excepcional que desarrolló una profundísima conexión emocional con el pueblo y cuya muerte temprana transformó en un mito de proporciones universales.

Eva Duarte, icono del peronismo
No se puede negar que el Gobierno de Perón trajo ciertas reformas sociales muy positivas y modernas (como la equiparación de derechos de la mujer con el hombre y el sufragio femenino), la mejora de las infraestructuras, el acceso a la educación (más discutible fue el adoctrinamiento que se implantó) o la mejora de las condiciones sanitarias. Pero a la vez, una política económica errática, equivocadamente proteccionista y que produjo una hiperinflación del sector público, así como el intervencionismo estatal en todos los aspectos de la vida y la merma de las libertades democráticas, sentaron las bases de una gran parte de los problemas que Argentina ha sufrido en los últimos sesenta años.

Y finalmente, como era de esperar (y como ya había ocurrido en la Italia fascista o en la Alemania de Hitler), no hubo ningún derribo de la casta dominante sino, como mucho, sustitución de algunas de sus cabezas por otras, pero que iban a gozar de los mismos o más privilegios que antaño, a costa (cómo no) de las clases trabajadoras. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol austral.

El encanto del populismo y sus causas

El irresistible atractivo de los movimientos populistas en determinados momentos de la Historia contemporánea ha venido teniendo aproximadamente los mismos factores desencadenantes: grandes desigualdades sociales fruto de profundas crisis económicas (como Alemania en el periodo de entreguerras) o desarrollos rápidos y asimétricos (caso argentino), desconexión entre el pueblo y la clase política, déficits democráticos y corrupción. ¿Les suena?

En momentos así, la sensación de injusticia social provocada por la constatación de las diferencias entre quienes lo están pasando mal y las élites dirigentes, se encuentra en máximos. En ese contexto, la respuesta emocional es inevitable y resulta inmediato que los desfavorecidos proyecten la culpa de lo que les pasa sobre los privilegiados (¿por qué unos gozan de tanto y otros tienen que conformarse con tan poco?). Cuando se dan estos ingredientes en las dosis necesarias, las recetas del populismo siempre prosperan. El populismo conecta inmediatamente con una necesidad no cubierta por otras propuestas políticas: la posibilidad de canalizar la rabia. Y para esto, nada más socorrido que encontrar un enemigo, un chivo expiatorio, un tótem que derribar. El primer problema del populismo es que es básicamente destructivo. El segundo problema es su simplicidad.

Aunque a pocos se les escapa, algunos no son plenamente conscientes de un hecho irrebatible: en el siglo XXI vivimos en una sociedad extraordinariamente compleja y tecnificada. Como todo sistema complejo, sus problemas profundos también lo son. Por consiguiente, cualquier solución de los mismos no puede ser sencilla. Sin embargo, los líderes populistas parecen tener una solución fácil para todo eso: si hay una “casta” privilegiada, se elimina. Si hay corrupción, se extirpa. Si hay privilegios, han de ser abolidos. ¿Quién no está de acuerdo con esto? Realmente, es difícil no estarlo (a menos que se pertenezca a alguno de esos grupos minoritarios convertidos en enemigos, claro).

El problema (habitualmente, la paradoja) se presenta cuando hay que pasar del eslogan fácil, de la píldora que todo el mundo se traga, a las soluciones concretas y aplicables. Ahí es cuando el populismo fracasa inexorablemente, como tantas veces ha demostrado la Historia (en la mayoría de las ocasiones con resultados catastróficos). Las medidas populistas se quedan habitualmente con la primera o más evidente de las consecuencias pero rara vez tienen en cuenta las implicaciones profundas de sus propuestas. Básicamente porque no son sencillas de explicar a la opinión pública y, por tanto, no se pueden capitalizar electoralmente.


El caso PODEMOS y el control estatal de los medios de comunicación

PODEMOS, una traducción más que literal del Yes we can
Mucho se ha escrito y hablado sobre el fulgurante ascenso de Pablo Iglesias y el partido PODEMOS (curioso el calco del Yes, we can de Obama, por cierto) en las últimas elecciones europeas, así que no añadiré nada en ese sentido. Intentaré ceñirme a algunas propuestas enunciadas por este partido relativas al sector de la comunicación.

El pasado día 3 de julio, diversos medios se hacían eco de las declaraciones de Pablo Iglesias publicadas en un libro de entrevistas del periodista Jacobo Rivero en el que el líder de PODEMOS, aboga por la implantación de unos “mecanismos de control público” de los medios de comunicación con el fin de que se “garantice la libertad de prensa (…), sin condicionantes de empresas privadas o de la voluntad de partidos políticos”, añadiendo que “la sociedad civil tiene que verse reflejada con independencia y veracidad”.

Hasta aquí, hay que reconocer que el mensaje no suena del todo mal (sobre todo para oídos no expertos). ¿Acaso hay alguien que no quiera que la sociedad se vea reflejada en los medios de comunicación con independencia y veracidad? Y si para ello hay que establecer unos ciertos “mecanismos de control”, parece razonable que estos sean públicos, evidentemente.

El periodista intenta a continuación hacer algo más luz sobre lo dicho por Iglesias, y este redondea su argumento asegurando que "no puede ser que algo tan importante, y de interés público, imprescindible para la democracia, como son los medios de comunicación, esté solo en manos de multimillonarios". Una vez más, el planteamiento que se hace parece irreprochable. ¿Quién, salvo una casta de privilegiados “multimillonarios”, puede no estar de acuerdo en que los medios de comunicación son imprescindibles para la democracia y de “interés público”?

Supongo que llegados a este punto, los siempre agudos lectores de este modesto blog se han dado cuenta del astuto juego de manos: otra vez el enemigo, la casta a quien culpar de todos los males (ahora los “multimillonarios”) y…, por cierto, ¿les suena lo del “interés público”? Efectivamente: los mismos argumentos con los que, hace más de medio siglo, se enardecía a las masas de descamisados argentinos.

Sobre cuáles han de ser esos controles, quién exactamente los ejercerían y en qué consistirían los criterios para su aplicación, no se pronuncia el señor Iglesias. Eso sí, con gran habilidad ha sido capaz de establecer una nueva diana sobre los propietarios de los medios de comunicación, deslizando que existe una falta de objetividad en los mismos que ha de ser corregida e insinuando un enriquecimiento excesivo de sus accionistas (si no, no serían “multimillonarios”). Brillante.

Tampoco aclara Pablo Iglesias a qué medios se refiere exactamente. Como profesional de este sector, conozco muchos medios de comunicación que no pertenecen a ningún millonario, sino a esforzados empresarios a los que cada vez les cuesta más llevar adelante su negocio. Es posible que el líder de PODEMOS se esté refiriendo a las televisiones privadas, que han sufrido recientemente un proceso de concentración sectorial muy relevante (Antena 3 se fusionó con La Sexta y Telecinco con Cuatro) a raíz del cual han pasado a aglutinar alrededor de un 60% de la audiencia. En ambos casos, se trata de grupos empresariales controlados por otros grupos editoriales (Planeta en el caso de Atresmedia y Mediaset en el de Mediaset España) y cotizados en Bolsa. Que algunos de sus accionistas sean o no multimillonarios (lo lógico es que lo sean, por cierto, dada la intensidad de capital implicada en estos negocios) no me parece argumento de peso alguno para deducir la existencia de algún perjuicio para la sociedad. Es más, dudo que nadie sea capaz de encontrar, en cualquier país del mundo desarrollado, alguna cadena de televisión privada relevante que no esté controlada por importantes capitalistas. Al menos, yo no las conozco.

Pero analicemos otra insinuación del mismo texto: si no puede ser que algo tan importante como los medios de comunicación esté solo en manos de esa teórica oligarquía, solo caben dos posibilidades. Posibilidad A: deben existir medios que no pertenezcan a “multimillonarios”. Posibilidad B: ningún medio puede estar controlado por esta élite. Y, honestamente, no se me ocurren más.

En el primer caso, la solución pasaría por fomentar un reparto del accionariado de los medios entre personas que pudieran acreditar no ser multimillonarios (ni querer serlo). No sería muy difícil que se presentaran cientos de miles, si no millones, de voluntarios. El problema llegaría cuando hiciera falta poner dinero (sí señor, en el capitalismo, los accionistas arriesgan su dinero) o les hiciera falta vender sus acciones para “tapar cualquier agujero”, como nos pasa de vez en cuando a los que no somos potentados. ¿Qué pasaría entonces? ¿Quién compraría esas acciones? En última instancia, sería imposible limitar mucho tiempo la acumulación de capital en manos de unos pocos (esto ya se experimentó en la Rusia de los años 90 con la privatización de las empresas públicas mediante el reparto de títulos a toda la población y el resultado fue precisamente el indicado aquí). Para evitar esto, la única posibilidad es que dichos medios pasen a ser de titularidad exclusivamente pública. Es decir, del Gobierno. Pero eso, como todos saben, no es una solución sino un problema aún mayor y, finalmente, una merma absoluta de pluralismo y libertad de prensa.

La posibilidad B, es decir, evitar que los medios puedan ser controlados por la élite a la que Pablo Iglesias señala, sólo tiene un nombre: expropiación. Pero cuando algo se expropia, pasa a ser de titularidad pública, con lo que volvemos a la casilla de salida.

No me extenderé sobre los efectos que la expropiación arbitraria de cualquier empresa puede llegar a tener sobre la confianza de los inversores, la seguridad jurídica y, por ende, la economía nacional. Sólo tenemos que fijarnos en lo bien que les va a los argentinos y a los venezolanos de hoy día, donde estas cosas pasan un día sí y otro también. En definitiva, si un inversor intuye que puede ser privado de su patrimonio en cualquier momento, sencillamente se llevará su dinero a otro lugar que le ofrezca mejores garantías. La consecuencia es que la empresa que hubiera recibido su capital no podrá acometer las inversiones previstas, perderá competitividad y, finalmente, tendrá que despedir a sus empleados y cerrar. Más paro y más pobreza.

Desafortunadamente, PODEMOS no aporta ninguna solución real y aplicable para fomentar el pluralismo y la objetividad en los medios de comunicación. Muy al contrario, las consecuencias de llevar a la práctica sus eslóganes populistas podrían tener consecuencias bastante nocivas para este sector, para la economía del país y, por ende, para las libertades democráticas.

En su último discurso público, Eva Duarte de Perón pronunció una frase que sintetiza a la perfección las esencias del populismo: “la felicidad de un solo descamisado vale más que mi vida”. Muy emotivo.

Pero también, carente de sentido práctico y completamente estéril.


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