"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

jueves, 24 de julio de 2014

Populismo y medios de comunicación

En 1954 Juan Domingo Perón se encontraba en la mitad de su segundo mandato como Presidente de Argentina, para el que había sido reelegido con una aplastante mayoría absoluta. Para entonces, el movimiento Justicialista, que Perón había encarnado junto a su segunda y carismática esposa, Eva Duarte (Evita), fallecida en 1952 y ya transformada en indiscutible icono del mismo, había ya mostrado todas sus facetas, madurado sus frutos más notables y traicionado la mayoría de las grandes esperanzas de igualdad y progreso que la nación argentina había albergado.

Hacía apenas unos meses que el gobierno de Perón había promulgado la Ley de Radiodifusión, en la que categorizaba dicha actividad como de “interés público”. A continuación concedió las primeras licencias de radio y televisión. Y en aras de ese “interés público”, las concedió a empresarios afines al movimiento. Todo muy “igualitario” y “justo”.

El Justicialismo de Perón hundía sus raíces en el sindicalismo y su base de electores residía en las clases trabajadoras de aquel país en ebullición que era Argentina en los años cuarenta y cincuenta. Se trataba de un grupo social numeroso y forjado en las fábricas de la incipiente industrialización y en los grandes latifundios rurales, en un contexto en el que pesaba mucho el origen diverso de un país inmenso, hecho de inmigrantes de medio mundo, dominado por una élite cuasi-aristocrática y con profundas raíces católicas y ultraconservadoras. En definitiva, un caldo de cultivo en el que las crecientes diferencias sociales entre las oligarquías dominantes y el resto del pueblo dejaban al país al borde de la revolución a cada poco, como quedó demostrado por las numerosas asonadas y revueltas que se produjeron en aquellas décadas.

En ese contexto convulso, el discurso populista de Perón, sus promesas de igualdad y justicia social calaron profundamente, siempre acompañadas de una gran suerte, como la que encontró al casarse con la magnética Evita, una comunicadora excepcional que desarrolló una profundísima conexión emocional con el pueblo y cuya muerte temprana transformó en un mito de proporciones universales.

Eva Duarte, icono del peronismo
No se puede negar que el Gobierno de Perón trajo ciertas reformas sociales muy positivas y modernas (como la equiparación de derechos de la mujer con el hombre y el sufragio femenino), la mejora de las infraestructuras, el acceso a la educación (más discutible fue el adoctrinamiento que se implantó) o la mejora de las condiciones sanitarias. Pero a la vez, una política económica errática, equivocadamente proteccionista y que produjo una hiperinflación del sector público, así como el intervencionismo estatal en todos los aspectos de la vida y la merma de las libertades democráticas, sentaron las bases de una gran parte de los problemas que Argentina ha sufrido en los últimos sesenta años.

Y finalmente, como era de esperar (y como ya había ocurrido en la Italia fascista o en la Alemania de Hitler), no hubo ningún derribo de la casta dominante sino, como mucho, sustitución de algunas de sus cabezas por otras, pero que iban a gozar de los mismos o más privilegios que antaño, a costa (cómo no) de las clases trabajadoras. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol austral.

El encanto del populismo y sus causas

El irresistible atractivo de los movimientos populistas en determinados momentos de la Historia contemporánea ha venido teniendo aproximadamente los mismos factores desencadenantes: grandes desigualdades sociales fruto de profundas crisis económicas (como Alemania en el periodo de entreguerras) o desarrollos rápidos y asimétricos (caso argentino), desconexión entre el pueblo y la clase política, déficits democráticos y corrupción. ¿Les suena?

En momentos así, la sensación de injusticia social provocada por la constatación de las diferencias entre quienes lo están pasando mal y las élites dirigentes, se encuentra en máximos. En ese contexto, la respuesta emocional es inevitable y resulta inmediato que los desfavorecidos proyecten la culpa de lo que les pasa sobre los privilegiados (¿por qué unos gozan de tanto y otros tienen que conformarse con tan poco?). Cuando se dan estos ingredientes en las dosis necesarias, las recetas del populismo siempre prosperan. El populismo conecta inmediatamente con una necesidad no cubierta por otras propuestas políticas: la posibilidad de canalizar la rabia. Y para esto, nada más socorrido que encontrar un enemigo, un chivo expiatorio, un tótem que derribar. El primer problema del populismo es que es básicamente destructivo. El segundo problema es su simplicidad.

Aunque a pocos se les escapa, algunos no son plenamente conscientes de un hecho irrebatible: en el siglo XXI vivimos en una sociedad extraordinariamente compleja y tecnificada. Como todo sistema complejo, sus problemas profundos también lo son. Por consiguiente, cualquier solución de los mismos no puede ser sencilla. Sin embargo, los líderes populistas parecen tener una solución fácil para todo eso: si hay una “casta” privilegiada, se elimina. Si hay corrupción, se extirpa. Si hay privilegios, han de ser abolidos. ¿Quién no está de acuerdo con esto? Realmente, es difícil no estarlo (a menos que se pertenezca a alguno de esos grupos minoritarios convertidos en enemigos, claro).

El problema (habitualmente, la paradoja) se presenta cuando hay que pasar del eslogan fácil, de la píldora que todo el mundo se traga, a las soluciones concretas y aplicables. Ahí es cuando el populismo fracasa inexorablemente, como tantas veces ha demostrado la Historia (en la mayoría de las ocasiones con resultados catastróficos). Las medidas populistas se quedan habitualmente con la primera o más evidente de las consecuencias pero rara vez tienen en cuenta las implicaciones profundas de sus propuestas. Básicamente porque no son sencillas de explicar a la opinión pública y, por tanto, no se pueden capitalizar electoralmente.


El caso PODEMOS y el control estatal de los medios de comunicación

PODEMOS, una traducción más que literal del Yes we can
Mucho se ha escrito y hablado sobre el fulgurante ascenso de Pablo Iglesias y el partido PODEMOS (curioso el calco del Yes, we can de Obama, por cierto) en las últimas elecciones europeas, así que no añadiré nada en ese sentido. Intentaré ceñirme a algunas propuestas enunciadas por este partido relativas al sector de la comunicación.

El pasado día 3 de julio, diversos medios se hacían eco de las declaraciones de Pablo Iglesias publicadas en un libro de entrevistas del periodista Jacobo Rivero en el que el líder de PODEMOS, aboga por la implantación de unos “mecanismos de control público” de los medios de comunicación con el fin de que se “garantice la libertad de prensa (…), sin condicionantes de empresas privadas o de la voluntad de partidos políticos”, añadiendo que “la sociedad civil tiene que verse reflejada con independencia y veracidad”.

Hasta aquí, hay que reconocer que el mensaje no suena del todo mal (sobre todo para oídos no expertos). ¿Acaso hay alguien que no quiera que la sociedad se vea reflejada en los medios de comunicación con independencia y veracidad? Y si para ello hay que establecer unos ciertos “mecanismos de control”, parece razonable que estos sean públicos, evidentemente.

El periodista intenta a continuación hacer algo más luz sobre lo dicho por Iglesias, y este redondea su argumento asegurando que "no puede ser que algo tan importante, y de interés público, imprescindible para la democracia, como son los medios de comunicación, esté solo en manos de multimillonarios". Una vez más, el planteamiento que se hace parece irreprochable. ¿Quién, salvo una casta de privilegiados “multimillonarios”, puede no estar de acuerdo en que los medios de comunicación son imprescindibles para la democracia y de “interés público”?

Supongo que llegados a este punto, los siempre agudos lectores de este modesto blog se han dado cuenta del astuto juego de manos: otra vez el enemigo, la casta a quien culpar de todos los males (ahora los “multimillonarios”) y…, por cierto, ¿les suena lo del “interés público”? Efectivamente: los mismos argumentos con los que, hace más de medio siglo, se enardecía a las masas de descamisados argentinos.

Sobre cuáles han de ser esos controles, quién exactamente los ejercerían y en qué consistirían los criterios para su aplicación, no se pronuncia el señor Iglesias. Eso sí, con gran habilidad ha sido capaz de establecer una nueva diana sobre los propietarios de los medios de comunicación, deslizando que existe una falta de objetividad en los mismos que ha de ser corregida e insinuando un enriquecimiento excesivo de sus accionistas (si no, no serían “multimillonarios”). Brillante.

Tampoco aclara Pablo Iglesias a qué medios se refiere exactamente. Como profesional de este sector, conozco muchos medios de comunicación que no pertenecen a ningún millonario, sino a esforzados empresarios a los que cada vez les cuesta más llevar adelante su negocio. Es posible que el líder de PODEMOS se esté refiriendo a las televisiones privadas, que han sufrido recientemente un proceso de concentración sectorial muy relevante (Antena 3 se fusionó con La Sexta y Telecinco con Cuatro) a raíz del cual han pasado a aglutinar alrededor de un 60% de la audiencia. En ambos casos, se trata de grupos empresariales controlados por otros grupos editoriales (Planeta en el caso de Atresmedia y Mediaset en el de Mediaset España) y cotizados en Bolsa. Que algunos de sus accionistas sean o no multimillonarios (lo lógico es que lo sean, por cierto, dada la intensidad de capital implicada en estos negocios) no me parece argumento de peso alguno para deducir la existencia de algún perjuicio para la sociedad. Es más, dudo que nadie sea capaz de encontrar, en cualquier país del mundo desarrollado, alguna cadena de televisión privada relevante que no esté controlada por importantes capitalistas. Al menos, yo no las conozco.

Pero analicemos otra insinuación del mismo texto: si no puede ser que algo tan importante como los medios de comunicación esté solo en manos de esa teórica oligarquía, solo caben dos posibilidades. Posibilidad A: deben existir medios que no pertenezcan a “multimillonarios”. Posibilidad B: ningún medio puede estar controlado por esta élite. Y, honestamente, no se me ocurren más.

En el primer caso, la solución pasaría por fomentar un reparto del accionariado de los medios entre personas que pudieran acreditar no ser multimillonarios (ni querer serlo). No sería muy difícil que se presentaran cientos de miles, si no millones, de voluntarios. El problema llegaría cuando hiciera falta poner dinero (sí señor, en el capitalismo, los accionistas arriesgan su dinero) o les hiciera falta vender sus acciones para “tapar cualquier agujero”, como nos pasa de vez en cuando a los que no somos potentados. ¿Qué pasaría entonces? ¿Quién compraría esas acciones? En última instancia, sería imposible limitar mucho tiempo la acumulación de capital en manos de unos pocos (esto ya se experimentó en la Rusia de los años 90 con la privatización de las empresas públicas mediante el reparto de títulos a toda la población y el resultado fue precisamente el indicado aquí). Para evitar esto, la única posibilidad es que dichos medios pasen a ser de titularidad exclusivamente pública. Es decir, del Gobierno. Pero eso, como todos saben, no es una solución sino un problema aún mayor y, finalmente, una merma absoluta de pluralismo y libertad de prensa.

La posibilidad B, es decir, evitar que los medios puedan ser controlados por la élite a la que Pablo Iglesias señala, sólo tiene un nombre: expropiación. Pero cuando algo se expropia, pasa a ser de titularidad pública, con lo que volvemos a la casilla de salida.

No me extenderé sobre los efectos que la expropiación arbitraria de cualquier empresa puede llegar a tener sobre la confianza de los inversores, la seguridad jurídica y, por ende, la economía nacional. Sólo tenemos que fijarnos en lo bien que les va a los argentinos y a los venezolanos de hoy día, donde estas cosas pasan un día sí y otro también. En definitiva, si un inversor intuye que puede ser privado de su patrimonio en cualquier momento, sencillamente se llevará su dinero a otro lugar que le ofrezca mejores garantías. La consecuencia es que la empresa que hubiera recibido su capital no podrá acometer las inversiones previstas, perderá competitividad y, finalmente, tendrá que despedir a sus empleados y cerrar. Más paro y más pobreza.

Desafortunadamente, PODEMOS no aporta ninguna solución real y aplicable para fomentar el pluralismo y la objetividad en los medios de comunicación. Muy al contrario, las consecuencias de llevar a la práctica sus eslóganes populistas podrían tener consecuencias bastante nocivas para este sector, para la economía del país y, por ende, para las libertades democráticas.

En su último discurso público, Eva Duarte de Perón pronunció una frase que sintetiza a la perfección las esencias del populismo: “la felicidad de un solo descamisado vale más que mi vida”. Muy emotivo.

Pero también, carente de sentido práctico y completamente estéril.


lunes, 7 de julio de 2014

Gowex: una explicación asombrosa

La pregunta que se hace todo el mundo desde que saltó el escándalo es inmediata: ¿cómo es posible que se haya producido un engaño masivo como el de GOWEX? Que este fraude haya pasado desapercibido durante muchos años a reguladores, analistas, auditores, empleados y, en general, a la comunidad financiera, no deja de ser ciertamente asombroso.

Como en una buena película de tramas financieras a lo Gordon Gekko, el caso GOWEX ha tenido un desenlace sorprendente, de esos en los que nada es lo que parece. Los guionistas cinematográficos lo tendrían fácil con estos ingredientes: una empresa tecnológica de éxito fulgurante, un  emprendedor llamado a convertirse en leyenda en un país necesitado de referencias, un nuevo y moderno mercado de valores alternativos, inversores y analistas internacionales por doquier y unos malvados especuladores que propagan noticias “falsas” para enriquecerse. En definitiva, todos los mimbres para hilar una buena intriga financiera: ambiciones, poder, dinero, traiciones y un inesperado giro final, para dejarnos a todos agarrados a las butacas cuando saltan los títulos de crédito.

Lamentablemente, no se trata de una ficción. Mucha gente ha perdido (y va a perder) mucho dinero en esta estafa: accionistas que verán volatilizarse sus ahorros, trabajadores que se quedarán sin puesto de trabajo y acreedores que nunca cobrarán sus deudas son sólo la punta del iceberg. Porque cuando un fraude como este sucede, pone en jaque a todo el sistema: reguladores que no vigilaron lo suficiente, auditores que certificaron las falsedades, asesores que recomendaron a sus clientes invertir en el valor, organismos que prestaron fondos públicos y concedieron subvenciones que pagaremos los contribuyentes, compañías que verán evaporarse sus expectativas de atraer nuevos inversores por la cuarentena a la que les someterá la comunidad inversora, etc… En definitiva, un ataque al centro del modelo económico capitalista: la confianza.

Y es que el capitalismo funciona así. Usted tiene su dinero en el banco porque cree que, si lo necesita, lo podrá sacar inmediatamente. Es decir, confía en la solvencia del banco depositario aunque no haya realizado ningún análisis financiero de su situación (lo que se conoce como due diligence). Cuando usted deja su dinero en el banco confía en que el regulador del sistema (el Banco de España), las autoridades y los auditores han hecho bien su trabajo.

De la misma manera, cuando un inversor deposita su dinero en un producto determinado (acciones, bonos, etc…), lo hace confiando en una serie de circunstancias. El inversor asume un determinado riesgo y espera ser retribuido con una rentabilidad estimada. En el peor de los casos, si el negocio va mal, perderá su inversión, pero es absolutamente necesario comprender que lo que el inversor asume como riesgo es que el negocio pueda “ir mal”, pero confía en que la información que se le da para tomar su decisión de invertir o no en ese producto sea, cuando menos, cierta. Esa es la premisa fundamental del sistema y si eso falla, no hay manera ninguna de poder adoptar decisiones de inversión. Es como si tuviéramos que andar a ciegas por el borde de un precipicio, sin saber si el siguiente paso será en firme o nos precipitaremos al vacío.

Para los que no lo han seguido de cerca, podemos resumir este caso brévemente: GOWEX es una compañía que ha tenido un crecimiento espectacular de su facturación y resultados en los últimos años. Creada por Jenaro García en 1999, la empresa ha impulsado un negocio basado en explotar una red wifi de acceso público, gratuita o con un coste en apariencia muy interesante para el usuario. En 2010, la compañía salió a cotizar al mercado alternativo bursátil (MAB) y, desde entonces, ha sido la estrella de este segmento destinado a empresas pequeñas y medianas en expansión, llegando a tener una capitalización bursátil de más de 2.000 millones de euros, casi para ingresar en el IBEX 35.

El pasado día 1 de Julio, una desconocida firma de análisis (que no es tal, como luego explicaremos; aquí nada es lo que parece) llamada Gotham City Research, emitió un incendiario informe sobre GOWEX en la que opinaba que el valor de la acción era cero, a la vez que aseguraba que el 90% de los ingresos de la compañía eran inexistentes. Es decir, tachaba a GOWEX de fraude sin ningún matiz.  A pesar de ser unos desconocidos (y esto es muy sorprendente), los de Gotham provocaron un tsunami de ventas que finalizó el pasado jueves 3 de julio con la suspensión de cotización de los títulos de GOWEX tras perder la friolera de un 70% de su valor en sólo dos sesiones. A todo esto, lo más asombroso de todo (para mí especialmente, como profesional de las relaciones con inversores) era la falta casi absoluta de reacción por parte de la compañía para atajar con contundencia las aseveraciones de Gotham. En todos estos días, se ha sucedido la publicación de varios hechos “relevantes” (por llamarlos por su nombre técnico…) donde la compañía se limitaba a decir que todo era falso y que estaba preparando una contestación, mientras inversores, analistas y otros interesados seguían mesándose los cabellos sin comprender el porqué de semejante apatía en la gestión de la información financiera.

Llegados a este punto, y a pesar de que la aparente negligencia de GOWEX no hacía más que incrementar la incertidumbre, la opinión casi generalizada en el mundo financiero era que, si bien la compañía ha sido siempre bastante opaca en sus comunicaciones, todo esto no era más que un ataque de un especulador (Gotham) con el único fin de extraer beneficios del derrumbamiento de los precios de la acción de GOWEX.

Esta opinión estaba basada en el hecho de que Gotham no es realmente una casa de análisis propiedad de un bróker, que no deja de ser un intermediario que aconseja diferentes inversiones a sus clientes con el objetivo de obtener comisiones por gestionar las transacciones que estos realicen pero que, en definitiva, es neutral ante lo que pase pues no es un inversor final. Al contrario, se decía (y es cierto), Gotham es un inversor de posiciones cortas (o shorts, es decir,  que gana cuando los precios bajan) y que intenta influir con sus opiniones haciéndose pasar por un analista neutral. Esto último no es ya tan cierto, pues Gotham aclara su perfil real en su web de manera cristalina, aunque es verdad que es un hecho extraordinario y muy sospechoso, que un inversor con carácter especulativo se “vista” de analista, cuando todo el mundo sabe que sus opiniones son interesadas.

En contra de las opiniones de Gotham se alzaban todas las voces de los analistas “de verdad”, casas de renombre internacional, que recomendaban la compra de los títulos de GOWEX y le asignaban valores millonarios. La pregunta, una vez más, resulta inmediata: ¿cómo es posible que una desconocida firma, asociada a un especulador interesado, tenga más peso en las decisiones de inversión que el conjunto de las mejores casas de análisis, aparentemente neutrales? La respuesta a tan difícil pregunta, que en un primer momento se asoció a la capacidad para sembrar el pánico mediante informaciones falsas por parte de una firma “troll”, ha resultado tener una explicación mucho más inesperada pero enormemente más verosímil (tras la sorprendente confesión de Jenaro García): el mercado sabía que GOWEX era un fraude.

Lo sabía (o lo intuía y estaba dispuesto a obrar en consecuencia, lo que a efectos prácticos, es lo mismo). Sabía que aquella orgía acabaría con la policía llamando a la puerta y tomando los datos a los que quedaran dentro. Pero nadie se quería perder la fiesta y casi todos esperaban a que sonara el primer aldabonazo para salir corriendo por alguna ventana. Y si no ¿por qué creer la sarta de afirmaciones indemostrables que publicaban unos indocumentados contra la opinión general de los analistas, los auditores, el regulador y la propia compañía?

Lo mismo que cuando un ladrón nos roba, el culpable es el maleante y no la víctima, por muy despistada que anduviera por barrios de mala nota, aquí los únicos responsables del fraude son aquellos que han falseado las cuentas y no los que depositaron su confianza en las mismas (por mucho que se olieran la pescadilla y vivieran confortables en la negación). Y sin embargo, que nadie se engañe: cuando esto sucede es el sistema, con todos sus controles y su parafernalia bien retribuida (muy bien retribuida, por cierto), el que ha fracasado. Sin paliativos.

Otra lectura secundaria que podemos hacer es la de la facilidad con la que vivimos confortables con aquello en lo que queremos creer. Y sin embargo, lo sano que es plantearse las cosas sin prejuicios: ni todos los especuladores son malvados, ni la inversión a corto (shorts) es especialmente nociva, ni los fondos buitre son otra cosa que un agente que aporta liquidez al sistema y “recicla” la basura que genera el mismo, ni son verdades inamovibles muchas otras razones que asumimos como axiomas sólo porque nos machaquen con ellos cada día. En este caso, el “malo” ha acabado haciéndonos un gran favor a todos y el “bueno” ha resultado ser un impostor de rostro de pétreo y sospechoso de padecer una psicopatía. Que nos sirva de lección.

El caso de GOWEX no ha sido el primero ni el último caso de fraude que veremos, desgraciadamente. El engaño es parte de la naturaleza humana y, si bien es necesario cerrar bien las puertas y poner cerrojos y alarmas para que no se cuelen indeseables por los resquicios, ningún sistema es o será, jamás, infalible. Eso sí, es el momento de hacer examen de conciencia (lo que en aviación llaman crash test), identificar exactamente aquello qué ha fallado en esta ocasión y poner los remedios necesarios. Está en juego la confianza.

Sólo eso.

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(*) NOTA ACLARATORIA: dado que algunos lectores me han señalado, con razón, que se puede estar generando algún tipo de equívoco con la terminología usada en este post, me interesa mucho aclarar que cuando aquí me refiero al "mercado" entiendo como tal al consenso general de los inversores y la comunidad financiera, en ningún caso a la totalidad de los mismos ni  tampoco al Mercado Alternativo Bursátil (MAB).

martes, 1 de julio de 2014

El Cine en la encrucijada

Hacia la mitad de los alegres años 20 del pasado siglo, Marcus Loew poseía uno de los mayores circuitos de salas cinematográficas de los Estados Unidos. Aquellos eran cines primigenios, de películas mudas y pianista en la sala, pero administrar más de 150 de aquellos locales de la diversión de moda en América era disponer de una auténtica máquina de hacer dinero.  Curiosamente, su principal problema no era, como ahora, la piratería, las ofertas de ocio sustitutivas ni las plataformas OTT, sino el acceso a una provisión continua y eficiente de novedades para exhibir.

Con el fin de asegurarse este flujo de producción, Marcus Loew decidió adquirir una productora llamada Metro Pictures Corporation. A esta compra le siguieron otras dos: Goldwyn Pictures y Louis B. Mayer Pictures, en lo que constituyó el primer gran proceso de integración vertical de la naciente industria cinematográfica. Nacía así el estudio llamado a ser el dominante en el Hollywood dorado de los años 40 y 50: la Metro Goldwyn Mayer.

El razonamiento estratégico detrás de estas operaciones es fácil de descubrir: si Loew era capaz de optimizar su ciclo de exhibición con un adecuado flujo de películas atractivas y en constante renovación, conseguiría tener los cines llenos más tiempo. Y a mayor volumen de entradas vendidas, más dinero para producir películas más caras y atractivas para los mismos cines. En definitiva, se trataba de construir una ventaja competitiva sostenible.

Tanto fue así que en 1925, la Metro estrenó una película mítica (y también la más cara jamás producida hasta entonces), cuyo éxito sin precedentes convertiría a la compañía en el mayor estudio de Hollywood. La cinta no era otra que Ben-Hur (no la de Charlton Heston que todos recordamos, sino la versión muda, con la estrella de aquellos tiempos, Ramón Novarro). La estrategia de sinergias verticales resultó tan efectiva que no sólo se cumplieron los objetivos de Loew de disponer de una corriente permanente de títulos sino que el liderazgo de la Metro como productora duró más de tres décadas.

Todos los años, por estas fechas, se publican los datos de las cuotas del cine español, europeo y norteamericano correspondientes al ejercicio anterior. Con ciertas variaciones, comprobamos año tras año que el cine producido en los Estados Unidos sigue dominando el mercado con porciones de la tarta cercanas al 70% en el conjunto de la Unión Europea. El Observatorio Audiovisual Europeo ha publicado recientemente unas interesantísimas estadísticas que muestran este dominio, un año más.


A nadie debería sorprender esto. En realidad no está basado en otra cosa que en lo que Mr. Loew descubrió y aplicó ya con éxito en 1924: el cine es un negocio de volumen, donde el tamaño del mercado y la capacidad financiera son absolutamente claves. Y si no, contemplen la siguiente tabla, que contiene un listado de los principales títulos exhibidos en Europa en 2013 y las entradas que vendieron: entre las 20 primeras, no encontramos ninguna sin participación estadounidense y, la primera liderada por un país europeo está en el puesto 18.



Por otra parte (como se aprecia en la tabla siguiente) podemos comprobar que los primeros títulos americanos atraen aproximadamente tres veces más espectadores que los europeos. Y esto sólo son los datos de nuestro mercado. Si sumamos las recaudaciones del norteamericano y las del resto del mundo, podemos entender la distancia a la que se sitúa la industria estadounidense de la europea.



Se ha hablado mucho de la indiferencia del público español hacia las películas nacionales y la falta de orientación comercial de los productores españoles provocado por un sistema de subvenciones y ayudas equivocado y poco estimulante. Si bien estoy de acuerdo a grandes rasgos con estas ideas y creo que es necesario reformular completamente el esquema financiero y fiscal de la producción cinematográfica española, no debemos cegarnos ante la realidad del mercado, que no es otra que la absoluta desproporción de fuerzas con el competidor americano.


Aunque, particularmente, la llamada “cultura de la subvención” me agrada bastante poco (tanto como contribuyente como economista), pensar que se podrían hacer muchas películas en Europa y en España sin algún tipo de ayuda para equilibrar, aunque sea un poco, las enormes desventajas frente a la industria estadounidense, sería pecar de iluso. Sin entrar en polémicas sobre los últimos anuncios de reforma en este campo, tachados de insuficientes por los productores, creo que en las manos de los poderes públicos está proponer un sistema eficiente y competitivo pero que obligue a los que quieran ser productores a jugarse algo en la aventura. No sé si todo el cine que se haga será cultura con mayúsculas o con minúsculas pero entiendo igual de mal el hecho de que se pueda ser productor sin arriesgar nada en el intento (como ha venido ocurriendo demasiadas veces durante los últimos años), que empujar a un país como este a prescindir de hacer películas de cine.