A finales de 2004, Kjeld Christiansen, nieto del fundador de
la compañía, había desempeñado el puesto de principal ejecutivo durante un
cuarto de siglo que había transitado entre la cumbre de su éxito hasta los
momentos más críticos en los que se estaba poniendo en cuestión la viabilidad
del negocio y la propia supervivencia de la empresa. En situaciones como esa,
un líder debe cuestionárselo todo, por responsabilidad y por pragmatismo,
incluido su propio liderazgo y su capacidad para reconducir la crisis. Afortunadamente eso es lo que hizo Kjeld.
Y lo que decidió fue dar un paso atrás y entregar las
riendas a alguien capaz de ofrecer una nueva visión, de aportar ideas frescas y
de liderar un proceso de cambio total sin las cortapisas sentimentales que él
había acumulado tras gestionar Lego durante 25 años como si fuera una gran
familia. En definitiva, se trataba de la empresa fundada por su abuelo y
heredada de su padre. Y eligió para ello al joven Jorgen Vig Knudstorp, un
profesional de la consultoría de 34 años de edad y que acababa de incorporarse
a la compañía como Director de Estrategia apenas un par de años antes. Es
decir, casi un novato. Una decisión arriesgada, a priori, pues Jorgen pretendía
tener la libertad de ejecutar una auténtica revolución en Lego. Honestamente
¿cuántas compañías se atreverían a realizar una apuesta como esta sin garantía
alguna, sin red de seguridad? Se trataba de acertar en la diana con una pistola
a la que sólo parecía quedarle una bala…
Pero Jorgen no era un ejecutivo del montón. Ni mucho menos.
Reconstruyendo Lego
Desde el primer momento, el nuevo CEO adoptó una visión
omnicomprensiva: la compañía no sólo tenía un problema ni precisaba únicamente
de una “mano de pintura”. No. Todo señalaba a que aquello era mucho más
profundo y estructural. Como buen consultor, Jorgen aplicó el manual: lo
primero siempre es comprender el negocio y luego diagnosticar al enfermo.
En las primeras semanas en el cargo, Jorgen visitó todas las
fábricas de Lego, a una selección de clientes e incluso acudió a una feria de
fans para tomar el pulso de los consumidores más fieles e implicados. Y tuvo
suerte: comprendió enseguida que el concepto del producto era algo tan fuerte y
bien establecido que serviría para fundar toda la nueva estrategia de la
compañía. Había que volver a concentrarse en el concepto original del producto,
aquel que los consumidores conocían y todavía adoraban. Pero era preciso
reformar absolutamente todo lo demás en la cadena de valor: desde la fase de
diseño y producción hasta la distribución y las ventas. No sería una tarea
sencilla. La buena noticia es que los mimbres (en este caso, los ladrillos) no
sólo eran de excelente calidad sino que estaban intactos.
Jorgen organizó la “revolución” creando dos grupos de
trabajo distintos: un equipo de liderazgo, encargado de estudiar y adoptar las
decisiones estratégicas, y un equipo operativo, que analizaría los aspectos
concretos dentro de la cadena de valor, y diseñaría y ejecutaría planes
detallados y específicos. De esta manera, consiguió implicar a un amplio
espectro de mandos intermedios de la organización en un proceso de
reestructuración radical que, de otra manera, hubiera creado, casi con toda
seguridad, una fuerte oposición interna. Jorgen demostró con esto que la
resistencia al cambio es una complicación crítica en este tipo de procesos pero
que puede gestionarse adecuadamente si los afectados son invitados a compartir
el trabajo y a participar activa y creativamente en el mismo. Pocos líderes son
capaces de transformar un problema como este en una oportunidad, no sólo para
ejecutar con éxito las reformas sino para sentar las bases de una nueva cultura
organizativa.
Otro de los aspectos cruciales consistía en implantar una
disciplina de contabilidad de los resultados del proceso, que evaluara
cuantitativamente las mejoras que se iban consiguiendo. Esto, no sólo era
importante para controlar la eficacia de las medidas adoptadas sino que tendría
el efecto de infundir confianza inmediata en los equipos de trabajo sobre la
tarea que estaban llevando a cabo.
Hasta aquí llegaba la propia organización de la reforma, que
Jorgen había resuelto de manera brillante, pero ¿qué medidas concretas era
preciso adoptar? ¿Era reversible la situación de la compañía? ¿Había tiempo
suficiente para poder ejecutarla? Aquí radicaban las cuestiones clave que
determinarían el éxito o fracaso de la gestión y, finalmente, de la propia
viabilidad de la empresa. Afortunadamente, el diagnóstico fue muy preciso y
clarificador.
Talento y creatividad ¿la solución o parte del problema?
Para empezar, el análisis sobre el proceso productivo de
Lego arrojaba una interesante conclusión: toda la cadena de suministro y
producción estaba profundamente anticuada. La fabricación de piezas sufría de
una gran descoordinación, que obligaba a arrancar máquinas y a pararlas con
frecuencia para cambiar innumerables veces de tipo de elemento producido.
Adicionalmente, Lego tenía un portfolio de proveedores tan atomizado (¡más de
10.000!) que superaba incluso al de los gigantes de la aviación. Esto impedía
obtener adecuados descuentos por volumen y complicaba la gestión de toda la
cadena de suministro. Traducido a términos económicos, sólo podía significar
una cosa: ineficiencia productiva y altos costes. Hasta ese momento nadie había
sospechado que una parte importante de la prima de precio del producto Lego sobre
el resto de sus competidores no se traducía en más calidad, sino que
directamente se iba por el desagüe.
Pronto, el nuevo CEO y su equipo se fueron dando cuenta de
que estos problemas revelaban ineficiencias aún más profundas, que afectaban a
la propia esencia de la compañía. Durante años, se había estado dando una
libertad casi absoluta a los diseñadores para que generaran nuevas ideas y
productos, en la creencia de que la innovación era el motor que hacía a Lego
una compañía diferente. Aquello no dejaba de ser cierto, pero una compañía es
una organización encaminada a obtener beneficios mediante la gestión adecuada
de sus recursos. Y esto es precisamente lo que Lego había olvidado en aras de
la libertad creativa. Por mucho que tenga mala prensa, el talento necesita ser
gestionado.
El resultado de tanta libertad era alarmante: en pocos años,
el número de tipos diferentes de piezas fabricados se había multiplicado varias
veces. Los antiguos 8 colores básicos con los que se hacían las piezas se
habían transformado en más de un centenar. En el mercado había más de 1.500
referencias, aunque con apenas 30 de ellas se generaba el 80% de todas las
ventas. Lo peor es que no existía una planificación del coste de cada producto
desde el diseño. Hasta tal punto llegaba la libertad creativa que los
diseñadores, dando rienda suelta a su fantasía, introducían nuevos elementos,
colores y piezas según convenía a su diseño sin considerar el coste de cada una
de esas decisiones. Y no era sólo una cuestión de cultura, sino que la compañía
carecía de procedimientos y herramientas para conocer el coste anticipadamente.
Toda la organización parecía estar desconectada de la realidad económica.
Para cerrar el círculo, la distribución también se había convertido
en un dolor de cabeza. Lego mantenía una red excesivamente capilarizada para
servir a miles de pequeños comercios, como los que existían en los orígenes de
la compañía varias décadas atrás, pero que ya únicamente generaban un tercio de
las ventas. En muchos casos, estas pequeñas tiendas realizaban pedidos de una o
dos cajas al año. Mientras, tanto la nueva estructura de grandes superficies
comerciales y cadenas (unos 200 clientes), mucho más fáciles (y baratos) de
servir recibían la misma atención que la miríada de pequeños comercios.
Cuando menos es más
El análisis integral realizado por Jorgen Vig Knudstorp y su
equipo ha pasado a la historia de la gestión empresarial como un ejemplo de
cómo transformar completamente una organización para adaptarla a la realidad y
recuperar su capacidad competitiva. Sin embargo, a pesar de que el trabajo de
análisis fue excelente, la ejecución de las medidas concretas se antojaba un
trabajo de titanes, especialmente por la presión que supone saber el dinero que
se pierde cada día que pasa sin poner en marcha la nueva organización.
Durante varios meses, Jorgen y su equipo montaron, en la
sede de Lego, una sala de operaciones exclusivamente dedicada a ejecutar las
reformas. Desde allí se puso en marcha todo un plan de reducción de la base de
proveedores que eliminó el 80% de los mismos y permitió agrupar los pedidos en
un número reducido y manejable. Con ello se obtuvo un importante ahorro por
volumen, reduciendo además el número de envíos que había que gestionar y
almacenar.
El equipo de diseñadores fue completamente reeducado. Para
empezar se racionalizaron sus métodos de trabajo, además de reducir el número
de elementos con los que podían trabajar. Esto, lejos de afectar negativamente
a la creatividad, tuvo el efecto contrario: la fomentó. Una vez más, como
tantas veces ha quedado demostrado, las carencias estimulan la imaginación.
Pero lo más importante de todo con diferencia fue la implantación de un método
de contabilidad de costes que los diseñadores podían comprender y usar para
planificar sus nuevos productos. Cada nuevo producto fue tratado como un
proyecto con su presupuesto aprobado y gestionable en tiempo real.
En la fase de producción, se redujo sensiblemente la paleta
de colores utilizados, lo que unido al menor número de elementos disponibles y
a una planificación precisa del trabajo, impactó de forma positiva en el tiempo
improductivo de la maquinaria. Lego retuvo la producción de los elementos clave
pero externalizó diferentes fases más sencillas. La aplicación de todas estas
medidas permitió reducir a la mitad (!) los costes de aprovisionamiento y
producción. Tal era la magnitud del gasto que se iba directo a la alcantarilla.
La política comercial y de distribución también fue objeto
de importantes ajustes. Se establecieron políticas de pedido mínimo para
impedir goteos de producto y una excesiva atención de clientes pequeños. Esto
permitió reducir los puntos de distribución y a los operadores logísticos en
más de un 80%.
Lego redujo también su plantilla de trabajadores en unas
1.000 personas, que unidos a las unidades externalizadas, situó el número
global de trabajadores en unos 3.500 (venía de más de 7.000). Para una empresa
familiar como Lego, aquella fue la decisión más difícil de tomar. No obstante,
unos años después Jorgen declaró a la prensa que había seguido a cada uno de
los trabajadores despedidos y que “todos y cada uno han encontrado un trabajo”.
Impecable.
Finalmente, Lego se desprendió de todos aquellos activos que
no eran imprescindibles para su negocio principal. Jorgen modificó la política
anterior de la compañía consistente en adquirir los inmuebles donde
desarrollaba su actividad, para pasar a alquilarlos. De esta manera vendió
propiedades inmobiliarias en Estados Unidos, Corea del Sur y Australia. También
se deshizo de la mayor parte de sus acciones en los parques temáticos,
reteniendo un paquete minoritario y vendió la unidad de videojuegos, que
sustituyó por una licencia de la marca para futuros desarrollos.
En cuanto al producto, además de mantener las líneas básicas
que siempre fueron rentables. Lego apostó fuertemente por potenciar el concepto
de construcción con nuevos productos que se adentran incluso en el campo de la
cibernética (Bionicle), además de llegar a acuerdos de licencia sobre
propiedades tan atractivas como Star Wars, Batman o Harry Potter.
En apenas un año de trabajo, Lego había conseguido dar la
vuelta completa al negocio de la compañía, centrando de nuevo su estrategia,
reformando completamente sus estructuras productivas y comerciales y
desprendiéndose de activos no operativos o no estratégicos. En 2005 la compañía
volvió a los números negros.
A cierre de 2012, Lego ha reportado ingresos por 4.040
millones de dólares (un 16% más que en 2011). Su resultado neto fue de 969
millones (lo que supone un espectacular 24% de rentabilidad en la última línea)
frente a los 776 millones de 2011. Su generación neta de caja superó los 666
millones de dólares (un 50% de conversión sobre el margen operativo).
Todo un éxito, que es el premio de un trabajo brillante y
ejemplar que demostró que el excelente producto de Lego dotado de una buena
gestión resultaba una combinación ganadora.