No conozco a nadie que no haya
experimentado nunca esa desagradable sensación en el estómago que se produce al
pasear por el borde de algún lugar peligroso, ya sea una altura pronunciada o
el andén del metro, a la vez que un pensamiento ominoso se adueña de la mente
por un instante, una especie de incertidumbre sobre si se acabará o no cayendo
al vacío. Los psiquiatras lo llaman fobia de impulsos y, al parecer, no es más
que una manifestación de nuestro miedo a perder el control. Me pregunto, no
obstante, si la sensación será parecida a la que alguien puede tener cuando
sabe, casi con toda certeza, que la caída es inevitable.
El pasado viernes 17 de enero por
la tarde, Vértice 360 publicaba un nuevo hecho relevante en contestación a las
preguntas de la Comisión Nacional del Mercado de Valores sobre su situación
preconcursal, a la que se había acogido hace apenas un mes. Se trata de un
documento que no deja lugar a dudas sobre su dramática situación.
En él, la compañía reconoce, por
primera vez desde que hace dos años un nuevo equipo gestor sustituyera a aquel
del que formé parte (cuyas vicisitudes ya relatamos en otro post), que su
viabilidad está condicionada a la obtención de “dinero nuevo” con el fin de “además
de atender los pagos urgentes (…), adquirir novedades que permitan rentabilizar
el catálogo existente, incorporar talento nuevo y ayudar a soportar los gastos
de estructura hasta la obtención de ingresos recurrentes”. Adicionalmente,
la compañía condiciona su viabilidad a otras dos cosas: “negocio” (sic) y “reestructuración
de deuda”.
El párrafo anterior es,
probablemente, el más revelador de todo el documento, puesto que la compañía no
sólo reconoce que por sí sola y sin una nueva inyección de dinero no es viable,
sino que indica el destino de ese deseado dinero fresco: pagos urgentes,
soportar gastos de estructura, adquisición de nuevos derechos de distribución de
películas y reclutar talento. Creo que cada uno de estos aspectos merece un
comentario particular.
Empecemos por el de los “pagos
urgentes”, es decir, la deuda atrasada de todo tipo, de la que el propio
documento da noticia detallada a petición del organismo regulador del mercado. Para
empezar, la deuda neta total supera el considerable montante de 30 (treinta)
millones de euros, entre bancos, atrasos con Hacienda y proveedores vencidos. Y
eso, siendo generosos y descontando los 2,4 millones que la compañía clasifica
como “efectivo”, pero cuyo detalle presenta conceptos tan originales e
impropios de una tesorería como “dividendo BESI” (?) o “Ezentis”. Teniendo en
cuenta que la propia compañía declara en el mismo documento unos ingresos
acumulados a Noviembre de tan sólo 7,2 millones de euros (han leído bien: siete
coma dos) y un EBITDA negativo de 2,7 (dos coma siete) millones de euros, el
grado de endeudamiento alcanza unos niveles realmente insondables. Suponiendo
que, en vez de perder esos casi 4 euros por cada 10 que ingresa, aún tuviera un
margen de explotación como el que tenía hace apenas un par de ejercicios (y ya
nos ponemos fantasiosos), el nivel de endeudamiento sería superior a un estrambótico
50 (¡cincuenta!) veces EBITDA.
Por lo que respecta a los “pagos
urgentes”, la compañía reconoce vencimientos con bancos y Administraciones
hasta febrero de 2014 por 6,5 millones, más otros 6 millones hasta final de
año. Además, hay otros 3 millones vencidos con acreedores. Es decir, a corto
plazo, la compañía necesitaría pagar, aplazar o condonar más de 15 millones de
euros, aproximadamente la mitad de su deuda. Es necesario poner en contexto
estas cifras para entender adecuadamente su dimensión: esta cantidad equivale a
unas dos veces (¡¡!!) su cifra de ventas del año (y no se pueden hacer ratios
sobre su EBITDA de 2013 pues, como hemos dicho, se encuentra en profundos números
rojos). Lo verdaderamente paradójico del asunto es que (como ya contamos hace
unos días), la estrategia principal declarada una y otra vez por los nuevos
gestores de Vértice desde que Manuel García Durán asumió la presidencia no ha
sido otra que la de reducir la deuda financiera. En términos absolutos, claro. Porque esto se ha ido consiguiendo
deshaciéndose a la vez de los principales activos y negocios (ver aquí, aquí o aquí). Es decir, vender
la vaca que da la leche para pagar sólo parte de la deuda con la que se compró
el animal (en vez de ir pagando con la propia venta de la leche). El problema
aquí es que, una vez vendida la vaca, se terminó la leche y aún queda deuda que
pagar.
Así que llegados a este punto, a
la compañía no le queda otra salida que comprar otra vaca, es decir, en sus
propias palabras pretende hacer dos cosas adicionales con ese “fresh money” que
intentará conseguir. La primera sería, adquirir “novedades”, que suponemos se
refiere a nuevos derechos cinematográficos para distribuir. Esto no dejaría de
resultar paradójico desde un punto de vista estratégico, dado que en el pasado
mes de julio cedió la gestión de su catálogo a su escindida Tres60 y que en dos
años no ha sido capaz de estrenar nada nuevo.
Para cerrar el círculo, la
compañía da un segundo destino al nuevo dinero que necesita (más destinos, más
dinero…), que no es otro que “reclutar talento” y esto ya no sabemos a qué se
refiere, pues si uno revisa los hechos relevantes de los últimos dos ejercicios,
en casi todos encontrará que la compañía lleva todo este tiempo diciendo que
hace precisamente eso: “reclutar talento” (para muestra véase este hecho relevante, o este otro, o este… y hay más). Aquí no cabe otra que preguntarse si,
para acabar donde ha acabado, realmente hacía falta tanto “talento”.
La última cuestión para la que el
organismo regulador pide explicación versa sobre el presupuesto de tesorería a
3, 6, 9 y 12 meses, a lo que la compañía contesta, con bastante inspiración,
que “no puede tener previsión de
tesorería alguna por ser absolutamente dependiente del plan de negocio”.
Plan del que no dispone, claro, pues evidentemente, hay que hacerlo. Y hasta
aquí han llegado sin él, a pesar de que se prometió uno hace ya dos largos años.
En todo proceso de
refinanciación, es necesario convencer a los acreedores de que aplacen o
perdonen parte de sus créditos. Para ello, la compañía deudora les muestra su
plan de negocio en el que, bajo unas determinadas hipótesis, se ofrece a
aquellos una perspectiva de repago de la totalidad o de parte de dicha deuda.
En muchas ocasiones, existe una condición previa que no es otra que la de
obtener una inversión inicial (dinero fresco) para volver a arrancar el motor
del negocio. Para darle mayor credibilidad al business plan, se suele solicitar
una revisión denominada “independiente” (independent
review) por parte de una firma de asesoría financiera, aunque en realidad
esta verifique más bien poco, pues limita su responsabilidad a acreditar que
aquellos números están bien sumados y poco más (de esto parece que se encargará
KPMG, asesor habitual de Vértice en estos dos años). Mi opinión es que para lo
único que sirve este tipo de “revisión” es para dar cierto confort a los
bancos, que eluden de esta manera cualquier responsabilidad sobre errores
materiales en la confección del plan.
En este caso, la compañía no sólo
debe convencer a sus acreedores de que el negocio dará para repagarles sino que
debe también entusiasmar a algún nuevo inversor que inyecte dinero nuevo para
reflotar la empresa y que, además, esté dispuesto a esperar a cobrar después de
los acreedores. Pero lo que hace
complejo el caso es que si no llegara a entrar este dinero nuevo, no se podría
reflotar el negocio, por lo que los acreedores no perdonarían o aplazarían
deuda y optarían por la liquidación. Y si no hay acuerdo con ellos, el inversor
tampoco inyectará dinero nuevo. La única manera de romper este círculo vicioso
y convencer a unos y a otros al mismo tiempo es demostrar que la compañía
dispone de las bases suficientes para reconstruir su negocio y ofrecer una
rentabilidad interesante en un plazo razonable. Si no, la lógica indica que el
inversor meterá su dinero en bonos del Estado, en fondos de inversión o en
cualquier otro producto con mejores garantías y expectativas.
Llegados a este punto, es preciso
preguntarse si el estado actual de Vértice 360 permite construir un plan
realista que permita la refinanciación y la entrada de dinero nuevo. Y aquí es
donde los números publicados parecen ser
testarudos.
A día de hoy, Vértice 360 muestra
un nivel de negocio que no llega ni al 5% de lo que fue hace sólo apenas dos
ejercicios y la explotación pierde cuatro de cada diez euros que ingresa. Para
más inri, la propia compañía indica que necesita dinero para aguantar los
gastos de estructura hasta volver a disponer de “ingresos recurrentes”, lo cual
implica que ahora no dispone de los mismos (aunque pueda parecer increíble, hace
apenas tres años, había contratos firmados por valor de 200 millones a 6 años).
Lo que sí tiene son gastos de estructura lo suficientemente relevantes como
para mencionarlos. Con estos mimbres y 30 millones de deuda, la compañía debe
convencer a un inversor de que ponga dinero nuevo para contratar “talento” y
“novedades”.
Supongo que en estos momentos,
más de uno tendrá una sensación extraña en el estómago, al contemplar el abismo
que se extiende a sus pies.
Nota: el artículo anterior sólo manifiesta una opinión personal sobre información pública disponible. En ningún caso supone ninguna recomendación de compra o venta sobre los valores negociables de Vértice 360 ni sobre su situación concursal o proceso de negociación con acreedores. A la fecha no poseo acciones ni ningún tipo de derecho sobre los valores de Vértice 360, ni los he tenido en los últimos seis meses ni planeo tenerlos en el futuro inmediato. Tampoco soy acreedor o deudor de la compañía ni mantengo vinculación alguna de cualquier tipo con la misma o sus administradores.
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