"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

viernes, 24 de enero de 2014

Lego, una fascinante historia de emprendimiento y transformación construida ladrillo a ladrillo (1ª Parte)


La crisis de 1929 estuvo a punto de arruinar a  Ole Kirk Christiansen, un carpintero danés que tenía su taller de construcción de muebles en la localidad de Billund. Debido a la caída de la demanda, en 1932 Ole tuvo que reconvertir su producción y empezar a vender juguetes de madera, que bautizó con la marca Lego (una derivación del danés “leg godt”, jugar bien). Durante la Segunda Guerra Mundial, Dinamarca sufrió la invasión Nazi y la pequeña fábrica de Ole se incendió. Sin embargo, el espíritu del carpintero danés era tal, que consiguió reconstruirla en un tiempo record para seguir produciendo sus juguetes. Acabada la contienda, el negocio creció y, un buen día, Ole recibió una visita que cambiaría no sólo su vida sino la de varias generaciones de su familia (y, en cierta manera, la de millones de niños de todo el planeta).

La visita se la hizo un agente comercial que representaba a una empresa de máquinas de inyección de plástico. Como ejemplo de las posibilidades del equipamiento que ofrecía, aquél hombre mostró a Ole un juguete británico de pequeños ladrillos de construcción producidos con este material. No se sabe si Ole tuvo una visión o se trató de una decisión meditada, pero en 1947, Lego había adquirido una de aquellas máquinas de inyección y en breve lanzó al mercado danés una adaptación propia del juego de construcción. Había nacido una leyenda.

Los ladrillos de Lego sufrieron con los años varias mejoras y adaptaciones, adquiriendo su forma definitiva en 1958. Para entonces, el Director General de la empresa era ya el hijo de Ole, Godtfred. Fue él quien dio a la compañía el impulso definitivo: internacionalizó las ventas, diversificó los productos basados en el ladrillo Lego y eliminó la producción de juguetes de madera. En 1979, le dio el relevo a su hijo, Kjeld, que iniciaba así la tercera generación de la familia al frente de la empresa. Para entonces, el producto Lego era ya un éxito de ventas en medio mundo (en 1980 se estimaba que nada menos que un 70% de las familias occidentales tenían ladrillos Lego en sus hogares). Una década después, a principios de los 90, Lego era ya el primer productor de juguetes europeo y uno de los diez mayores del mundo. Además, había diversificado sus actividades hacia el ocio y el entretenimiento (parques temáticos en varios países, películas…). En 1997, Lego lanzó su propia división de videojuegos. Hasta aquel momento, la compañía había ganado dinero todos y cada uno de los años desde aquel lejano 1932. Un éxito arrollador e indiscutible que, sin embargo, estaba a punto de tocar a su fin.


La crisis del emprendedor. Los años difíciles.

A lo largo de siete décadas, la compañía danesa había demostrado una imbatible capacidad de adaptación. El secreto de su espectacular expansión parecía residir en su apuesta decidida por otorgar libertad creativa a sus diseñadores para lanzar nuevos y cada vez más sofisticados sets, con más variedad de piezas, materiales y colores. Además, Lego seguía siendo particularmente leal a su famoso lema corporativo “sólo lo mejor es suficientemente bueno”, establecido por su fundador como una garantía de que la calidad estaba por encima de todo lo demás. Durante más de medio siglo, Lego no sólo había inventado un ladrillo de juguete, sino un prodigioso sistema conceptual lúdico-formativo con profundos vínculo intelectuales con la teoría educativa del construccionismo de Seymour Papert. Y los consumidores lo habían premiado con creces.

Sin embargo, y a pesar de las apariencias, durante el camino Lego había cometido diversos errores de bulto y estaba a punto de embarcarse en algunos proyectos que tendrían implicaciones muy negativas. Lo cual, desafortunadamente, es algo bastante habitual en compañías con una trayectoria de éxito prolongada que se enfrentan en algún momento al dilema de cómo seguir creciendo, teniendo que cargar con el invisible pero muy nocivo lastre intelectual que supone la falta de experiencia en algún pequeño fracaso. Digamos que en 1997, Lego se creía una compañía infalible cuyo único destino posible era el éxito en todo aquello que emprendiera. Pronto comprobaría hasta dónde llegaba el espejismo.

En 1998, la compañía presentó las primeras pérdidas desde su fundación. Desde entonces, y hasta 2004, Lego perdió dinero en cuatro de los siete ejercicios. Sólo en 2003, las ventas cayeron un 30%. Los márgenes relativos del negocio presentaban un escalofriante doble dígito negativo. ¿Qué había pasado? ¿Realmente era posible que una compañía como Lego estuviese volatilizándose a un ritmo tan acelerado? ¿Dónde estaba el fallo?

Como ocurre en muchas ocasiones, la respuesta no era ni evidente ni única. Para empezar, la diversificación hacia otros productos y segmentos no estaba dando los frutos apetecidos. Lego había caído en la “trampa de la extensión de línea”, alejándose progresivamente de su negocio básico para lanzar otros juguetes (como las figuras de acción Gallidor), sin relación con el sistema conceptual de Lego y que carecían de algo realmente diferencial con respecto a cualquier otro producto de la competencia. Sin embargo, la manufactura de dichos productos seguía contando con los altísimos estándares de calidad de la firma danesa. Y como todo el mundo sabe, la calidad tiene un coste elevado, lo cual no suele compadecerse bien con los productos indiferenciados, generando una desventaja competitiva difícil de salvar: Lego estaba poniendo en las estanterías un producto idéntico al de otros pero a un precio muy superior. Resultado: ventas ínfimas y pérdidas elevadas, perjudicando además su marca en la aventura. Pero la diversificación emprendida en los años noventa no solo se ceñía a juguetes y videojuegos sino que Lego había iniciado también ya una aventura textil lanzando una línea de ropa, otra de relojes, había abierto nuevos parques temáticos y hasta gestionaba un hotel tematizado.

Llegados a este momento, los directivos de la compañía se preguntaron si era la pérdida de enfoque el error que habían cometido y si sería posible revertir el proceso de volatilización de valor en el que se encontraban sumidos desde hacía más de un lustro. Pronto descubrirían que el problema era más amplio y la solución más compleja que solamente volver a su core business.

Hacía falta una nueva estrategia de amplio calado.

(CONTINUARÁ…)

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