"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

martes, 4 de marzo de 2014

Pero… ¿de verdad necesitas un business plan?

No hace tanto tiempo, aunque lo parezca. Corría el año 1999 cuando dos jóvenes emprendedores de California se presentaron ante un grupo de inversores selectos de Silicon Valley con el fin de obtener los fondos necesarios para completar la siguiente etapa de desarrollo de su start up. Por muy extraño que pueda parecer, en el ordenador que llevaron a aquella reunión, no había ningún business plan ni nada que se le pareciese. En realidad, ninguno de ellos había hecho jamás uno ni sabía cómo se hacían. El computador sólo tenía cargado un prototipo de su programa cuyo fin era que los inversores pudiesen probar su potencial. Así de simple. Nada de balances ni proyecciones, ni ratios de EBITDA ni CAPEX ni nada de nada.

Aquel prototipo que mostraron no era otra cosa que un nuevo tipo de buscador de internet que los dos jóvenes habían diseñado como proyecto de doctorado. Los doctorandos se llamaban Larry Page y Sergei Brin y el prototipo era una versión beta de algo llamado “Google”. Y, efectivamente, no les hizo falta ningún plan de negocio: aquella reunión acabó materializándose en 25 millones de dólares que pusieron a escote (por primera vez en su historia) dos firmas de venture capital rivales: Kleiner Perkins Caufield & Byers y Sequoia Capital.

Hace unos días, Facebook adquirió WhatsApp por 19.000 millones de dólares (incluyendo el plan de incentivo en acciones). Ignoro si WhatsApp mostró algún plan de negocio a sus compradores pero imagino que no. De haber existido semejante documento, hubiera sido como usar una película de la serie Star Wars como guía para planificar las próximas misiones científicas de la NASA.

Como ya decíamos el otro día, es difícil reflejar en un papel un modelo de negocio que aún no existe. Y como hemos podido ver, eso no ha sido óbice para poder poner precio a estas operaciones.


EL REINO DE LOS ANALISTAS Y SUS BRILLANTES HOJAS DE EXCEL

En realidad, existen diferentes fórmulas, más o menos consensuadas, para valorar activos o empresas. Los profesionales de la inversión empresarial y financiera estamos acostumbrados a utilizar métodos cuantitativos basados en la capacidad de dicho activo para generar dinero (=flujos de caja o cash flow) en un periodo determinado o incluso, ¡a perpetuidad! Ya sea mediante el método del CAPM o la utilización de ratios sobre determinadas aproximaciones al cash flow, podemos llegar a ciertas conclusiones sobre un entorno razonable de valor para un activo financiero o una compañía.

Como ejemplo sencillo, digamos que un inversor estaría dispuesto a pagar hoy 20 millones para hacerse con un activo que le rentará 5 millones netos anuales en los próximos 5 años. La diferencia entre los 20 que paga y los 25 que le generará el activo durante esos cinco años es la rentabilidad que dicho inversor va a exigir a su inversión porque el dinero no es gratis (y no lo es porque pierde valor con el tiempo – inflación – y porque no hay inversiones carentes de riesgo, aunque éste sea mínimo). Aplicando una fórmula matemática muy básica, podemos llegar a saber que esta inversión le rentará al inversor un 8% de interés anual. Mutatis mutandis, el mismo método es el usado para valorar empresas en funcionamiento.

Sin embargo, la posibilidad de aplicación de los métodos anteriores exige que se den algunas premisas de partida. Y una de ellas es la existencia de ciertas hipótesis cuantificables sobre el comportamiento de dicho activo (o empresa) en el futuro y su capacidad para generar dinero. Es decir, necesitamos un business plan.

Pero como pasa muchas veces, no siempre hay una de esas hojitas en Excel de la que echar mano.


OTRAS MANERAS DE VALORAR… (PORQUE NO SIEMPRE HA HABIDO ANALISTAS FINANCIEROS… NI FALTA QUE HACÍAN)

Y es que no todo activo o bien es apto para generar flujos de caja. ¿Significa eso que no puede asignársele un valor? ¿Es que la gente no ha sabido poner precio a las cosas durante siglos, antes de la aparición de los consultores y analistas financieros? En absoluto.

Existen otras formas especulativas de valorar activos. Por ejemplo, el dueño de un piso urbano destinado a vivienda, que tiene idea de venderlo, tomará como referencia el precio de mercado del metro cuadrado en su zona. En algunos casos, este precio puede guardar cierta relación con la capacidad que tendría ese piso de generar dinero si se destina al alquiler, pero aunque no hubiera pisos en alquiler en la zona (o sea, no hay business plan), el mercado fijaría el valor del metro cuadrado por la aplicación de la ley económica más básica de todas: la oferta y la demanda. Si hay más pisos en venta que compradores, el precio bajará y, a sensu contrario, subirá si se da la circunstancia opuesta.

En estas condiciones de mercado (oferta y demanda), el precio de un activo, de un bien o de un servicio, viene determinado por el hecho de que haya más o menos compradores, por la necesidad del mismo y por su relativa escasez. Por ejemplo, todos necesitamos comida todos los días (somos muchos compradores) pero afortunadamente, en los países desarrollados, no escasea, con lo que obtener alimentos básicos no resulta excesivamente caro. En determinadas circunstancias excepcionales (guerras, hambrunas…) hemos comprobado cómo el precio de los alimentos, escasos y necesarios, pueden llegar a experimentar incrementos exagerados. Pero ¿son sólo los bienes necesarios (entendidos como “imprescindibles”) los que pueden experimentar estas subidas de precio tan rápidas y pronunciadas?

Ni mucho menos.


¿HUBO UNA “NEW ECONOMY” EN EL SIGLO XVII?

Entre los años 1620 y 1637 el reino de Flandes enloqueció por el cultivo de los tulipanes. En realidad fue mucho más que eso. El tulipán es una planta bulbosa originaria de Turquía que, al ser transplantada a los Países Bajos, sufrió una alteración debida a un virus inoculado por un pulgón. Este virus modificaba los colores naturales de las flores, provocando variaciones aleatorias que fueron enseguida muy apreciadas como elemento ornamental y cierto símbolo de estatus social. Sin embargo, la cosa no quedó ahí ni mucho menos.

Pronto, los bulbos experimentaron un incremento de precios muy pronunciado y sostenido. Se había desatado una verdadera fiebre por hacerse con los bulbos más espectaculares, que llegaron a alcanzar valores desorbitados, llegando a cambiarse no sólo por dinero sino por propiedades, terrenos o joyas. Algunas plantas alcanzaron cotizaciones equivalentes a décadas del salario de un artesano bien pagado. La gente comenzó a pedir préstamos y a hipotecar sus propiedades para invertirlos en un mercado que siempre subía. Los tulipanes comenzaron a cotizar en Bolsa y hasta se creó un mercado de futuros.

El día 5 de Febrero de 1637 todo se vino abajo súbitamente cuando un lote de bulbos no encontró comprador.  Como en tantas otras crisis modernas, el pánico se adueñó de los inversores y, de pronto, todos vendían y nadie compraba ya más tulipanes. Los precios se hundieron y arrastraron a la bancarrota a todo un país, que ahora se preguntaba si aquello no había sido un mal sueño.

Y esta es la historia de cómo un producto que no sólo no es necesario sino que es absolutamente prescindible y ni siquiera realmente escaso, pudo llegar a ser tan valorado y a perder todo su valor de la noche a la mañana por el simple efecto de la codicia humana, arropada por múltiples mecanismos legales y financieros.

Evidentemente, el valor de los tulipanes nunca estuvo basado en plan de negocio alguno para su cultivo eficiente y comercialización exitosa. Se trataba tan sólo de pura y simple especulación. ¿Les suena de algo?


Y AL FINAL DEL CAMINO… UN BUSINESS PLAN

Hay que reconocer que las espectaculares operaciones que hemos visto en internet en los últimos años (Google, YouTube, Facebook, Instagram, WhatsApp…) nos han dejado con la boca abierta. Las escasas referencias de las que disponíamos han sido inútiles para comprender las valoraciones aplicadas en un primer momento. Las líneas trazadas anteriormente han sido pulverizadas a la siguiente tirada de dados.

Hasta un momento determinado, no ha hecho falta ningún plan de negocio para estas compañías. Las start ups estrella supieron posicionarse como necesarias, escasas o, en el peor de los casos, como objeto de deseo puramente especulativo. Muchos “comerciantes” viven de eso: su negocio consiste en intermediar, no en desarrollar empresas para que produzcan beneficios. Pero ese camino tiene un final.

A principios de 2001, los fondos de capital riesgo que habían invertido en Google exigieron a los fundadores que contrataran a un gestor profesional. En el mes de marzo, Eric Schmidt, un prestigioso ejecutivo del sector tecnológico, era nombrado Presidente de Google. Cuando en 2004 la compañía salió a Bolsa, no sólo presentó un business plan sino un modelo de negocio consolidado (y mejor aún, plagado de nuevas posibilidades con el único obstáculo de nuestra capacidad de imaginar).

Durante el Mobile World Congress que se ha celebrado estos días en la Ciudad Condal, Facebook y WhatsApp han anunciado sus planes de lanzar un negocio de voz sobre IP. Estoy convencido de que este proyecto no estará únicamente soportado por un mero cálculo de costes.

El secreto todas estas compañías ha sido el de crear algo tan disruptivo y diferencial que han generado audiencias de un volumen masivo sin que ningún competidor haya sido capaz de amenazar su liderazgo en un tiempo razonable. Todas ellas han esperado hasta haber construido esa posición para empezar a ordeñar la vaca que habían engordado. Porque el final del camino siempre es el mismo: necesariamente aparece la lechera con su banqueta y su cubo.

Y para eso, necesitan un business plan.

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