"It is not the answer that enlightens, but the question."
Eugene Ionesco.

miércoles, 31 de julio de 2013

Los 7 (+1) principios que un líder nunca debe olvidar (por cortesía de Joseph Stalin)

En Diciembre de 1941 el ejército nazi estaba a punto de culminar la campaña militar más exitosa de toda la historia bélica moderna. Tras apenas unos meses de “guerra relámpago”, se encontraba  a apenas 30 kilómetros de Moscú, habiendo destrozado sistemáticamente una y otra vez a todas las tropas que los soviets había lanzado contra él, sin apenas detener su triunfal avance. El asedio de la capital rusa parecía inmediato, como también se creía inminente la caída del régimen soviético liderado, política y militarmente, por  Joseph Stalin.
Si bien había quedado demostrada la eficacia sin par del ejército alemán, ¿cómo era posible que el mucho más numeroso ejército soviético fuera ni siquiera capaz de presentar batalla en su propio país? Los numerosos estudios históricos atribuyen toda la responsabilidad de semejante fiasco a una sola causa (en este caso, a una sola persona): Stalin.
En los años anteriores, Stalin se había equivocado radicalmente su política de apaciguamiento y colaboración con Alemania, desoyendo todos los consejos de quienes, sobre el terreno, habían demostrado que Hitler disponía de planes avanzados para la invasión de la URSS. Además, el “camarada de acero”, demostrando una vez más su visión paranoica del poder, había impulsado profundas purgas políticas en el ejército soviético cuyo resultado fue la eliminación (en muchos casos, literalmente) de sus mandos de mayor experiencia. El último y definitivo error consistió en su obcecación por dirigir personalmente las operaciones militares, a pesar de no tener formación militar de ningún tipo y poseer una personalidad poco proclive a escuchar las opiniones de sus colaboradores.
El resultado, el conocido: millones de bajas (frente a irrelevantes cifras en el enemigo) y el ejército de Hitler a las puertas de Moscú. Es conocida su mítica frase en un momento de desesperación: “Lenin fundó la Unión Soviética y nosotros la hemos jod***”.
Aprendiendo de los errores de Stalin
Si un líder efectivo es necesario en algún momento, nunca tanto como durante las grandes dificultades. De la misma forma, nada puede llegar  a resultar tan destructivo en tales casos como un líder incompetente, intransigente o cobarde. Podemos aprender algunas lecciones interesantes de un caso histórico extremo como éste:
1.       Conozca al equipo: el empuje y el talento de un solo hombre rara vez puede resultar determinante en situaciones complejas. Sólo el esfuerzo combinado de los miembros de un equipo, trabajando de manera coordinada, puede presentar alguna garantía de éxito. Muchos jefes olvidan dedicar un tiempo a conocer las fortalezas y debilidades de su equipo, o bien les parece que se trata de tiempo improductivo. Otro de los grandes errores, tantas veces observados, es el de sucumbir a la tentación de hacer “limpiezas” rápidas cuando se accede a un nuevo cargo de responsabilidad, sin comprender adecuadamente las implicaciones de las mismas. Es preciso evitar lo que hizo Stalin con sus crueles purgas políticas, que descapitalizaron de talento y experiencia al ejército para ponerlo en manos de comisarios incompetentes. Tomar decisiones es lo que se espera de un líder, pero estas han de estar justificadas por una reflexión basada en el conocimiento de la situación.
2.       Haga una reflexión estratégica (comprenda el negocio): pocas organizaciones conceden la suficiente importancia al proceso de planificación estratégica. Es cierto que se trata de emplear valiosos recursos y tiempo de trabajadores y directivos en obtener y analizar información del entorno, de los competidores y de los productos y mercados, sin que los resultados, en términos económicos, sean ni inmediatos ni directamente derivados de tal esfuerzo. Pero la planificación estratégica es una inversión cuyos frutos se ven antes o después, pero siempre se acaba o bien demostrando la utilidad de dicha inversión o lamentando no haberla realizado. Durante los primeros meses de la guerra, Stalin menospreció las nociones más básicas de la estrategia militar, premiando en cambio las decisiones rápidas y la acción carente de reflexión formada y profunda. Si el ejército soviético hubiera procesado adecuadamente la información sobre las tácticas alemanas de la “guerra relámpago”, así como sus propias fortalezas y carencias, jamás hubiera presentado una guerra frontal, tan costosa en vidas. Como se demostró después, la extensión del territorio y el invierno eran las principales bazas para haber jugado desde el principio y plantear otro tipo de estrategia mucho más efectiva.
3.       Involucre al equipo: Stalin nunca quiso escuchar los informes de sus servicios de inteligencia sobre los preparativos de Hitler para invadir la URSS. Una vez en guerra desoía los consejos de sus generales. Los resultados de esta actitud fueron tan perniciosos que no sólo el Estado Mayor evitaba emitir consejos que pudieran no llegar a gustar al líder sino que, en muchos casos, los comandantes en el campo de batalla, exageraban las fuerzas del enemigo o comunicaban situaciones geográficas falsas para evitar la ira del Camarada Presidente. Existen muchos casos de líderes que gobiernan con el miedo como instrumento. Es cierto que el miedo es un potente factor de motivación para que los individuos cumplamos determinadas metas a corto plazo, pero esta visión rara vez funciona a largo plazo. Habitualmente lo que consigue es una atmósfera irrespirable, desafección, engaño y, al final, pérdida de talento. Un equipo motivado y que siente la misión como propia, donde cada individuo dispone de confianza y autonomía para ejecutar su tarea, tiene un valor incalculable.
4.       Plantee un reto (y un sistema de objetivos):  Es cierto. En esta ocasión el reto parecía evidente: la derrota del ejército Nazi y la liberación de la patria. Sin embargo, pronto los soldados soviéticos fueron conscientes de que estaban siendo usados sencillamente como carne de cañón y obligados a atacar tanques disponiendo sólo de un fusil cada tres, exponiéndose a ser fusilados in situ por los comisarios políticos si vacilaban o daban marcha atrás. Esto, que hoy nos parece no sólo de una crueldad extrema sino absolutamente inútil, no está muy lejos (mutatis mutandi) de planteamientos de objetivos irrealizables que tantas veces se ven en las empresas. Volviendo a una de las teorías más prácticas y útiles que conozco, los objetivos deben ser ambiciosos, pero factibles y cuantificables. A su vez, deben estar descompuestos en objetivos menores que contribuyan a la consecución de las misiones principales. Una persona hará propio un objetivo y lo perseguirá con energía siempre que perciba en él todo lo anterior y que considere que depende de ella en su totalidad o en su mayor parte, y no de factores exógenos o incontrolables. En cualquier otro caso, el objetivo funcionará como un potente agente desmotivador.
5.       ¡No escurra el bulto! Asuma la responsabilidad del liderazgo: sólo en un momento de desesperación, Stalin llegó a reconocer una parte de la culpa en el desastre de los primeros meses de la guerra. Un buen líder no vende a su gente sino que asume siempre la responsabilidad última de los resultados, comprende los errores y ejecuta las medidas correctoras necesarias. En algunos casos será inevitable realizar algunos cambios en el equipo que pueden llegar a ser traumáticos. En estos casos, la misión del líder será que los mismos tengan el menor impacto negativo entre sus filas, haciéndolo personalmente (no, me temo que esto no se puede delegar), con corrección, justicia y explicando a todos las razones de las medidas. Enviar generales al Gulag por decisiones difícilmente achacables a los mismos sólo conduce a perder talento y a generar una atmósfera de “sálvese quien pueda”.
6.       Feedback, feedback, feedback: Stalin no estaba interesado en las malas noticias. ¿Le suena? Claro. Quién no ha conocido a algún jefe a quien no se le pudieran dar novedades complicadas… Un buen líder escucha, sobre todo, lo que no le gustaría tener que escuchar. Pero esto rara vez es espontáneo, por mucho carisma que se posea. Es preciso establecer un modelo sistemático de evaluación del desempeño que funcione en todas las direcciones (no sólo de arriba a abajo). Hay pocas cosas que desmotiven tanto como no saber lo que se espera de uno y cómo lo está haciendo. A su vez, los empleados, los soldados que están sobre el terreno, pueden ofrecer valiosísima información sobre el desarrollo de los negocios, los competidores o el propio desempeño del equipo. Hay que escuchar de todas las maneras posibles, pero resulta imprescindible establecer cauces sistemáticos y periódicos para no perderse lo más necesario.
7.       Cumpla las promesas: engañar y manipular a los demás para conseguir nuestros objetivos es lo más sencillo que existe, sobre todo desde una posición de poder. En los peores momentos de la guerra, la propaganda stalinista seguía destacando los grandes logros del ejército rojo. Es imposible generar lealtad en un equipo desde el momento en que estas maniobras son percibidas por sus miembros. Paradójicamente, en muchas organizaciones donde la captación y la circulación de la información formal es muy deficiente, la informal y espontánea lo hace de manera óptima, de tal forma que un líder que abusa de la lealtad de su equipo pronto será descubierto y pagado con la misma moneda. No engañe nunca.  Y si por circunstancias sobrevenidas no puede cumplir una promesa dada, explíquelo de inmediato y negocie un acuerdo que la sustituya.
(+1) ¡Destruya! (y vuelva a empezar): los nazis jamás llegaron a Moscú. A finales de 1941, el ejército rojo había sufrido 4,3 millones de muertos y más de 3 millones de prisioneros (para poner en valor estas cifras, es preciso destacar que el ejército nazi contaba con 3 millones de efectivos en el frente oriental en total), pero el 5 de Diciembre de 1941, los soviéticos lanzaron una contraofensiva, parando la invasión e iniciando un nuevo ciclo que culminaría con el punto de inflexión de la guerra durante la batalla de Stalingrado. Consciente de sus errores, Stalin dio un giro de 180 grados y concedió el necesario protagonismo y autonomía de gestión a sus generales más profesionales, que supieron aprovechar las ventajas del terreno, el invierno y la aplastante superioridad numérica de la URSS sobre Alemania. Su decisión de resistir en Moscú cuando los alemanes estaban a menos de 30 kilómetros y habían vencido en todos y cada uno de los enfrentamientos salvó a la Unión Soviética. En aquel momento, Stalin destruyó aquello en lo que había creído, y lo hizo en el momento más dramático, justo cuando tomar una decisión de  estas características sería más difícil para cualquiera. No me parece necesario llegar a tales extremos. Mucho más efectivo es, sin duda, un proceso sistemático de crítica y análisis de todo aquello que hacemos (si algo no produce los resultados necesarios, por razones evidentes; y si lo hace, con el fin de mejorar permanentemente y no abandonarse a la pereza, la autocomplacencia o no ponerles fácil a los competidores la adaptación). No solo no hay que tener miedo a destruir, sino que la destrucción ordenada debe formar parte del proceso de regeneración de toda organización.
Stalin fue uno de los mayores tiranos que la Historia ha conocido. Su responsabilidad directa en la muerte de millones de seres humanos ha sido demostrada sin lugar a dudas. Su estilo de liderazgo medieval, basado en la crueldad y el miedo, tuvo consecuencias repugnantes y catastróficas que la Humanidad ha tenido que pagar durante muchas décadas. Sólo cuando aplicó principios de gestión basados en la dirección por objetivos, la delegación de autoridad y el trabajo en equipo, se produjeron resultados positivos y la Unión Soviética se salvó de un enemigo que unos meses antes parecía indestructible.
 

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